COMISARÍA O MANICOMIO
Sólo la sensatez es capaz de ver la salvaje poesía de la locura.
Chesterton
Gabilondo, el comunicador de los suicidas en calzoncillos -y el que comparó la quiebra de Lhemann Brothers con la caída del muro de Berlín-, ha dicho en su púlpito:
-Hay que encerrar a Camps en la comisaría o el manicomio.
¿En la comisaría de Segundo Marey o en el manicomio de Alexandre Solschenitzin? Mitad comisaría y mitad manicomio era lo que pedía Juanito Benet para los disidentes de la Urss: o sea, el gulag.
En el país donde un grupo de Facebook hace un llamamiento a matar a Esperanza Aguirre, a quien ya la evanescente Maruja Torres mandara a sedarse a Leganés, que Camps tenga la sensación de que sus perseguidores políticos, todos ellos educados en la cultura del progreso, desean verlo en una cuneta supone, para Gabilondo, un caso de comisaría o manicomio. ¿Dónde habría que encerrar entonces a su hermano, el ministro?
Richelieu sólo necesitaba una frase de la escritura de alguien para hacerlo ahorcar. He aquí tres frases del ministro Gabilondo (proferidas no en el fragor de la disputa parlamentaria, sino en el sosiego de la entrevista en el periódico global en español) que se meten solas en la boca del lobo de la lógica de su hermano:
-Yo creo que a veces hago el amor con las palabras, y, por eso, me parece que soy un poco vicioso con ellas.
-Lo que creo es que, si uno va de metafísico por la vida, sí tiene que hacérselo mirar. Yo soy profesor de metafísica, pero no estoy muy seguro de ser metafísico.
Gabilondo el comunicador tilda de cursi a Camps por su vestimenta. De sí mismo, en cambio, Gabilondo el ministro sostiene que su toque presumido constituye una debilidad afectiva.
Y luego dicen que Shakespeare utiliza a los locos para iluminar el oscuro telón de fondo de la tragedia.
Ignacio Ruiz Quintano
Sólo la sensatez es capaz de ver la salvaje poesía de la locura.
Chesterton
Gabilondo, el comunicador de los suicidas en calzoncillos -y el que comparó la quiebra de Lhemann Brothers con la caída del muro de Berlín-, ha dicho en su púlpito:
-Hay que encerrar a Camps en la comisaría o el manicomio.
¿En la comisaría de Segundo Marey o en el manicomio de Alexandre Solschenitzin? Mitad comisaría y mitad manicomio era lo que pedía Juanito Benet para los disidentes de la Urss: o sea, el gulag.
En el país donde un grupo de Facebook hace un llamamiento a matar a Esperanza Aguirre, a quien ya la evanescente Maruja Torres mandara a sedarse a Leganés, que Camps tenga la sensación de que sus perseguidores políticos, todos ellos educados en la cultura del progreso, desean verlo en una cuneta supone, para Gabilondo, un caso de comisaría o manicomio. ¿Dónde habría que encerrar entonces a su hermano, el ministro?
Richelieu sólo necesitaba una frase de la escritura de alguien para hacerlo ahorcar. He aquí tres frases del ministro Gabilondo (proferidas no en el fragor de la disputa parlamentaria, sino en el sosiego de la entrevista en el periódico global en español) que se meten solas en la boca del lobo de la lógica de su hermano:
-Yo creo que a veces hago el amor con las palabras, y, por eso, me parece que soy un poco vicioso con ellas.
-Lo que creo es que, si uno va de metafísico por la vida, sí tiene que hacérselo mirar. Yo soy profesor de metafísica, pero no estoy muy seguro de ser metafísico.
-Plancho más que otra gente. Soy un hombre extraordinario desde ese punto de vista. Desde el punto de vista de planchar.
Gabilondo el comunicador tilda de cursi a Camps por su vestimenta. De sí mismo, en cambio, Gabilondo el ministro sostiene que su toque presumido constituye una debilidad afectiva.
Y luego dicen que Shakespeare utiliza a los locos para iluminar el oscuro telón de fondo de la tragedia.
Ignacio Ruiz Quintano