JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
La tarde no podía empezar bajo mejores augurios: en una barrera de sol, rememorando sus años de abonado al tendido 6 de Las Ventas, estaba Pepe Campos, y enfrente, trazando el diámetro de esa circunferencia que es la Plaza de Toros, junto a la puerta de chiqueros y pertrechado de su cámara, Andrew Moore. La cita, para la que no nos habíamos citado, tenía lugar en Villaseca de la Sagra. El motivo, la novillada de Cuadri que cerraba el ciclo del XXIV Alfarero de Oro. En los chiqueros, cuatro novillos herrados en octubre de 2020 y dos de enero de 2021. En el cartel, el portugués Joao D’Alva, el salmantino Jesús de la Calzada y el jerezano Miguel Andrades.
La novillada, de impecable presentación y trapío, ha recibido aplausos cada vez que uno de los animales salía al ruedo, y algunos de ellos también en el arrastre. El conjunto ha sido entretenidísimo, con una interesantísima variedad de comportamientos que van desde la bravura del tercero, Solitario, número 26, hasta la mansedumbre encastada del sexto, Maquinista, número 10, pasando por una buena colección de los registros que le son propios al toro de lidia, desde los que tienden a lo claro y lo franco hasta los que apuntan a lo avieso e intencionado, todo ello bajo el signo de la casta. Gran novillada la de esta tarde, puesta de manifiesto por la afición mediante la larga y sincera ovación que se ha dispensado a don Fernando Cuadri al término del festejo.
En general digamos que a cada uno de los actuantes le correspondió primero un novillo de condiciones más claras y de mayor nobleza y, después, otro de mayores dificultades e incertidumbres. Quizás los novilleros venían pensando en otra cosa, pero cuando se quisieron dar cuenta de la calidad y las cualidades que presentaron los tres primeros, estos ya estaban en el camión/desolladero con las orejas adheridas a las partes laterales de sus cabezas, cuando deberían haber estado en las manos de los novilleros actuantes. De nobleza más pastueña los dos primeros, apenas recibieron atenciones reseñables de D’Alva y De la Calzada. El primero, Gollesco (sic), número 6, se entregó con celo y emoción por ambos pitones a los cites no siempre ortodoxos del portugués, que no llegó a entenderse con ese importante novillo. El segundo, Zapatero, número 9, respondía mejor al cite en el pitón derecho que en el zurdo, siendo también su condición clara y noble, aunque se fue apagando un poco en el largo trasteo que se le propinó, que acaso el animal se aburrió. Dos toros que se van al desolladero con la boca cerrada y luego fuerte ovación al aparecer en el ruedo Solitario, número 25, que es un tío. Se abalanza con fuerza y codicia al caballo que monta Adrián Navarrete al que las gentes censuran su labor de manera harto injustificada, viendo las condiciones y la fuerza del animal, que se queda encelado cuando le quitan de la proximidad de las faldillas del caballo y luego vuelve a entrar con fuerza y vigor al cite de Navarrete que, acosado por el público, levanta la vara, momento que aprovecha Solitario para echar abajo al caballo, con la fortuna de que el mismo toro lo levanta con otra de sus embestidas. Brava pelea del Cuadri y luego explosión de clase y emoción, vibrante embestida en banderillas, que pone el propio Andrades y llega superior al tercio de muerte, estando muy por encima de la propuesta algo bullanguera del jerezano. Ovación sincera en el arrastre.
Cuando parecía que el signo de la tarde estaba trazado, ahí aparece Nórdico, número 38, al que D’Alva saluda a porta gayola, menos cuajado que los anteriores pero de una gran viveza con el que el diestro no acaba de vencer ni de convencer, acaso por el respeto y la seriedad que imponía el animal. Pone D’Alva banderillas, brinda a los de la Peña Tres Puyazos y ahoga la embestida del Cuadri hasta que cae en que lo mismo el bicho no quiere ahogos y le da más aire. Lo intenta por la derecha y por la izquierda, sin llegar a calentar al graderío. A continuación sale Macetero, número 39, otro ejemplar muy serio y cuajado, al que Jesús de la Calzada primero recibe con suaves verónicas y después torea por ambas manos sin acabar de echar a rodar la faena. El toro tarda en morir, por la estocada contraria que llevaba y, cuando se echa, se lo levanta José Andrés Gonzalo con la puntilla, dando lugar a un largo entreacto en el que primeramente el novillero es prendido y lanzado violentamente al ruedo, quedando conmocionado, y después el propio Gonzalo es zarandeado sin consecuencias, tocándole a D’Alva la papeleta de salir a descabellar al animal que a esas horas ya se las sabía todas.
El más manso y el más grande del encierro fue el sexto, Maquinista, número 10, al que Andrades recibió a porta gayola. El bicho no demostró el más mínimo interés en el caballo ni en Juan Carlos Fernández, que iba sobre él, y centró su atención en los movimientos de su matador y de los peones, que eso le interesaba ya más. Entró el pica hacia el toro y ni por esas se consiguió que recibiese un castigo reseñable. Con Marco Galán bregando con sus excelentes modos, Andrades puso banderillas, donde se vio la fuerza del novillo y luego se esforzó en ganar la pelea a Maquinista en una faena que más parecía un combate de boxeo, en el que cada uno de los actuantes ganaba un round. La porfía del torero se basa en valor y en desparpajo, la del novillo en incertidumbres y complicaciones; la unión de ambas da lugar a un vaivén de vencer y perder, hasta que Andrades, muy bien colocado, enhebra una magnífica serie de derechazos ligados y mandones, con la muleta en el hocico del animal, que es, con mucho, lo mejor de la tarde. Cuando lo quiere repetir el toro ya no se presta y el jerezano comprende que ya hay que igualar al toro para poner fin a esta estupenda tarde de toros que finaliza, como ya se dijo antes, con la unánime ovación al señor ganadero.