Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
El talento, según Jardiel, era una cosa que todo el mundo alababa y que nadie pagaba. Hasta que a la Sociedad de Autores llegó Bautista, el de “Ponte de rodillas” con “Los canarios”.
–El plagio es el último absurdo a que conducen los apologistas de la personalidad y el individuo –dijo Julio Torri–. Es el desconocimiento de la comunidad espiritual de la especie. ¿Qué le importa a la humanidad que una nota del gran himno vuelva a ser cantada por otro cantor?
Pero Bautista no es un canario flauta como Juan Cruz, autor “engagée” que ha acuñado la expresión “adrenalina del compromiso”. Bautista ha movido a Roma con Santiago para hacer del gran himno de la humanidad otra gallina de los huevos de oro cuyos cacareos sólo se ven alterados por el abogado Joaquín Moeckel, un alemán de Sevilla que brilla a base de lógica mediterránea, que es la lógica que opera no con el argumento demostrativo, cerradamente racional y necesario, sino con el “argumento de congruencia” que afirma de cada cosa lo que es más congruente con los signos exteriores de la cosa. Suyas son las siguientes objeciones al sentido común español.
Supongamos que el pijo Josefito se descarga un Ramoncín de Internet. Al poquero Wenceslao también le gusta Ramoncín, pero prefiere el disco original y va a unos grandes almacenes para hurtarlo. Lo del pijo Josefito es un delito con pena de seis meses a dos años, mientras que lo del poquero Wenceslao (la suma de lo hurtado no pasa de los cuatrocientos euros) se queda en simple falta. Incluso llevarse el coche de Ramoncín tiene menos pena que la descarga de Ramoncín efectuada por el pijo Josefito. Y a los amigos del pijo Josefito les trae mejor cuenta penal participar en una riña tumultuosa utilizando medios que pueden poner en peligro sus vidas (de tres meses a un año) que intercambiarse copias de su música favorita (de seis meses a dos años).
–Toda literatura poderosa es una especie de robo –sostiene Harold Bloom tras de estudiar a los clásicos.
No lo sabe bien. Supongamos que el pijo Josefito fotocopia una página de García Montero. Y supongamos que el poquero Wenceslao le da dos puñetazos al crítico de guardia que le recomendó la última de Bardem. El poquero Wenceslao habría cometido una falta, en tanto que el pijo Josefito se enfrentaría a una pena de seis meses a dos años y multa de doce a catorce meses.
Para que luego digan que la intelectualidad está poco valorada en España.