lunes, 2 de septiembre de 2024

Desafío ganadero (Saltillo v. Valdellán) en Las Ventas. El toreo de verdad con Damián Castaño. José Ramón Márquez & Andrew Moore

  


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ


Hoy Damián Castaño toreó en Las Ventas. Quiere decirse con esto que lidió a sus toros con arreglo a las normas del arte, con la mayor -aparente- simplicidad, sin darse importancia, asumiendo el riesgo y provocando el aplauso unánime de la Plaza, que reconoció por dos veces, con dos animales bien distintos, la claridad de ideas del torero salmantino. Ni genuflexo, ni pausado, ni atalonado, ni despacioso, ni parando el tiempo ni escacharrando relojes, ni ligando bellezas convulsas, ni desnudo de alharacas, sin necesidad de desencadenar a genio alguno ni de hacer soñar a nadie Castaño hizo presente la verdad del toreo, el que se te mete dentro y te pone la piel erizada, el que te levanta del asiento y te arranca el ¡ole! de adentro, el que no necesita adjetivos cursis o circunloquios engañabobos: el toreo de verdad ejecutado frente a dos toros, no cabras despitorradas, ni monas pasadas por la barbería, ni material artístico criado específicamente para modelar sueños evanescentes y ensayar posturas, sino toros de lidia de presencia y respeto. Me hubiera encantado ver con este encierro de hoy en Madrid a los dos figurones que salieron huyendo de Linares el otro día, que al menos Cagancho tuvo la honestidad de salir huyendo de la turba después de su famosa actuación en Almagro, pero estos se dieron el bote después de quedar aterrados por los imponentes tejidos adiposos de los pupilos de ese rancho de engorde que regenta don Álvaro Núñez en Chiclana de la Frontera.


Tras el deprimente mes de agosto en Las Ventas, narrado aquí con paciencia, acierto y tesón por Pepe Campos, estrenamos septiembre con uno de esos “desafíos ganaderos” que se han puesto de moda últimamente. Este primer desafío nos traía a los Saltillo sevillanos, cárdenos y bien plantados, y a los leoneses Valdellán, negros y más terciados, como corresponde a su estirpe. Cada una de las dos vacadas aportó, además, su correspondiente sobrero, lo cual debe ser elogiado. En el cartel, Sánchez Vara, Rubén Pinar y el ya citado Damián Castaño.


El primero de la tarde, Astudero, número 30, fue saludado con una ovación al hacer su presencia en el ruedo. Preciosa lámina, descarado de cuerna, seiscientos y pico de kilos, fue recibido animosamente por el capote de
Sánchez Vara y con menos ganas por Paco Navarrete, subido en su jamelgo al que apenas controlaba. El hombre quería picar junto al burladero del 9 y la afición le enseñaba el camino hacia donde estaban las rayitas esas que pintan con cal, frente a la Puerta Grande. El bueno de Paco no demostraba grandes deseos de ver al toro hacia él y agarraba la vara como el que está en los Cayos de Florida a la pesca del marlín. Cuando el toro se arrancó y ya le tuvo agarrado, le pegó de lo lindo que era lo único que faltaba para que todo estuviera mal: la suerte una birria, el caballo a su bola y Navarrete recriminado agriamente por el SPQV (Senatus Populusque Venteñus). Al menos Sánchez Vara tenía al lado esta vez a Jarocho, que ya hubiese querido tenerle cerca en Tafalla con los de Reta de Casta Navarra, y tras la cosa de las banderillas se fue al toro a enjaretar una de sus clásicas faenas muy sobre los pies, tirando de valor y de oficio y pintando al toro como más alimaña de lo que era, que no lo era. Digamos que una faena muy en el corte de Sánchez Vara que, una vez más, se vuelve a atascar con la espada. El toro es aplaudido mientras las mulas se lo llevan al desolladero.

 
El segundo cárdeno de Saltillo es Tiburoneto, número 6, y también es recibido con palmas cuando se presenta.
Rubén Pinar no quiere vender el humo de la alimaña, tiene oficio bien aprendido y lo aplica con demasiada frialdad y ciertas dosis de ventaja que hacen que su labor no llegue al tendido netamente. Debería haber hecho el esfuerzo de no torear tan por afuera para que la concurrencia se hubiese fijado más en su labor, porque las condiciones del toro no justificaban su prevención. Sacó algún muletazo aislado y en conjunto su labor se podría calificar de “aseada”, que es lo mismo que cuando te preguntan por alguien y dices que es “muy buena persona”. El toro se fue al desolladero arropado por las palmas del respetable.


Y a continuación
Castaño, con el mismo vestido del otro día en Bilbao, se apresta a vérselas con Morisqueño, número 34, al que sopesó en una primera serie de tanteo al natural para en seguida armar una segunda serie muy torera, de mucho mando y excelente colocación que el toro se traga sin rechistar. En otra siguiente serie trata de hacer las “desmayinas” que ensayó en Bilbao que, si bien son una golosina para la cámara de Andrew Moore, rompen un poco el perfecto ritmo clásico y dominador que llevaba la faena, al aparentar menos mando que el demostrado anteriormente. Castaño tiene la Plaza en el bolsillo y prosigue su labor también por el derecho, con mucho dominio, rematando bellamente su labor con naturales de frente, de uno en uno, que son un regalo para los ojos. Se amontona con el estoque y deja sin rematar la faena por su falta de acierto con el acero. Vuelta al ruedo para el torero y palmas para el toro.

 
El primero de los Valdellán es Marmolejo y su número el 7, de aire muy ibarreño. Galopa con alegría al caballo del otro Navarrete, Adrián, que quiere dejar limpio el honor del apellido en un emocionante tercio de varas en el que primeramente es desmontado por la violencia de la acometida del toro y después, con el caballo rendido, defiende la posición sin quitar el palo del animal hasta que el empuje del toro vuelve a levantar al caballo y al picador. Banderillea
Sánchez Vara sin apreturas y el animal es pronto y vivaz. Esto dura hasta que el matador agarra la muleta, que ahí el toro cambia, se vuelve flácido y caedizo y donde antes estaba el Dr. Marmolejo, ahora está Mr. Marblelejo. Las gentes, desilusionadas, piden a Sánchez Vara que no siga y él, solícito, termina con el toro de doble personalidad mediante una estocada baja y trasera.


Huerfanito, número 34, es el toro más insulso de la corrida, con el que
Rubén Pinar estuvo un rato hasta que llegó el momento de matarle de pinchazo y estocada. Su ocasión se le pasó en su primero.


Y para finalizar, con el número 22, Hechicero, que recibió dos buenos puyazos de Héctor Piña, arrancándose con vigor al caballo. Hubo algunos que se enfadaron, demandando una tercera entrada, aunque el cabreo duró poco pues la evidente disposición de
Damián Castaño puso a todo el mundo expectante a la espera de su vis a vis con Hechicero, que comenzó sacándose al toro hacia los medios sin brusquedades; después un dubitativo inicio por la derecha, como si el torero estuviera dándose cuenta de las condiciones del toro, y a continuación la explosión del toreo en redondo  basado en el temple, la colocación y el poder en dos series inmensas, alargando el muletazo, la mano baja, la figura torerísima y la sensación de mando y dominio ante la encastada embestida de Hechicero, al que luego le ofrece la muleta con la zurda, de nuevo de uno en uno, dejando un natural inmenso y otros de gran pureza y torería que ponen al público en pie: he ahí el toreo sin más subterfugios. La faena breve, acaso alargada un poquitín de más por las absurdas indicaciones desde el callejón. De nuevo la ruina a espadas le priva del triunfo grande.


Chasqueados por no poder vivir el triunfo de Damián Castaño en su más redonda tarde en Madrid, nos trae a colación nuestro amigo el aficionado J. a Sánchez Puerto, que en una misma tarde hizo la faena de la feria y dio la estocada de la feria, cada una de ellas en cada uno de sus toros. ¿Cuántas grandes faenas habremos visto en las que se ha fallado en la suerte suprema?

 


 

ANDREW MOORE

 










 Damián Castaño


FIN