Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
“Figureros”, llamaba Gracián a los “esnobs”. Y lamentábase muy justamente Manuel Halcón de que Phillippe Julian, en su humorístico “Diccionario del esnobismo”, despachase el esnobismo español con dos plumazos sarcásticos de Heriot alusivos a la cursilería, a los distintos acentos regionales y a los títulos nobiliarios. Después de todo, pensaba Halcón, en España se había desarrollado de tal manera el esnobismo que había dado a luz un verbo, “esnobear”, y ninguna nación había puesto más gramaticalmente.
Por cierto, que en España son los artistas y escritores, según Halcón, los que con mayor descaro en sus peldaños jerárquicos se afanan no sólo por mantenerse y subir, sino en impedir que nadie se les encarame.
–Ésta es la parte negra del esnob, su degeneración.
(“Entonces se advierte cómo se cimbrea la escala. Son los mediocres, que se entrechocan y se acuerdan para impedir que el de más pujanza altere el orden establecido por el clan y retrase el premio a la fidelidad. La escalada en Literatura y en Arte se hace por equipos que viven a la defensiva. Al servicio de esa pasión humana de ascender en lo social, tan acentuada hoy en España, pone el esnobismo su clima exclusivista. Equivale a la desnivelación de los valores morales. Mirar hacia el de arriba, ignorar al que aún está abajo, sea portador de lo que fuere, valga lo que valiere.”)
He visto a más de uno torcer el morro porque a Almodóvar le ha caído encima la piñata del Príncipe de Asturias de las Artes. ¿Por qué? El esnobismo hispánico, con eso, no hace sino reconocer lo que ya está reconocido por el esnobismo extranjero: Almodóvar es la españolada suprema de nuestro tiempo. Se lo dijo una vez Miguel Albaicín a Pemán: “Don José: ahora se pone uno un sombrero ancho y una chaquetilla corta y se le da la vuelta al mundo sin pasaporte.”
Pemán venía de hablar en Cádiz con un productor de cine americano, que le había confesado: “A España le pedimos todo lo que sea fuerza o raza. Comedias, no. Eso es cosa de matiz. Pero nos interesa mucho cuando nos dé bandidos, toreros, cante o baile.” Y América ha venido siempre a España a descansar de sí misma. Cuando se le enseñan las piedras de El Escorial a un yanqui, en seguida insinúa que le podríamos enseñar a Almodóvar. Es decir, la españolada. Almodóvar no es un intelectual: sus opiniones políticas constituyen la apoteosis de una calabaza. Almodóvar tampoco es –nunca podrá serlo– Miguel Albaicín. Almodóvar es una rumba alrededor de un jamón, único pedido que América hace a la inspiración española.