JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
En esto de contar lo de los toros, y en más cosas de la vida, conviene ir con la verdad por delante, que es lo que cuadra si se quiere ser un poco honesto, por eso hoy no hablaremos del primer toro de la tarde porque uno se creyó que los toros empezaban a las seis y media y resulta que la corrida de esta tarde, la primera corrida del otoño, comenzaba a las seis. Nos perdimos al primer Bañuelos y al primer Juan de Castilla, pero a cambio nos esperaba una especie de concurso de ganaderías, reiteradas salidas de los bueyes de don Florencio Fernández y otras particularidades que hicieron que la corrida no se pasase en una corrida, ya que los que llegaron a su hora echaron tres horas calentando la piedra y que quien llegó tarde se vio recompensado con media hora de exención.
Como previo a la Feria de Otoño que comenzará el próximo sábado y para que se haga algo más suave la transición entre lo de las pasadas semanas (Saltillo, Valdellán, Dolores Aguirre, Sobral, Concha y Sierra, Partido de Resina…) y lo que se nos viene encima (Juan Pedro, Garcigrande, Puerto de San Lorenzo, La Ventana del Puerto, Victorianbo del Río…), se programó una corrida de toros de Antonio Bañuelos que luego fue complementada con cuatro toros suficientemente corraleados que correspondían a las ganaderías de Montalvo, Las Ramblas y Couto de Fornilhos, citadas en orden de antigüedad, y otro de la ganadera inscrita en la Agrupación Española de Ganaderos de Reses Bravas, doña Carmen Valiente, ganadería sin antigüedad. Podríamos brindar la etiqueta de “Corrida Gazpacho Ganadero”, que representa bien el variado e indeseado trajín que se han traído entre el portador del cartel, el boyero don Florencio y sus bueyes amaestrados, el metisaca de picadores, ahora aparezco, ahora desaparezco, los sudores del Presidente y su patente indecisión en mostrar el trapo verde, las horas extra de los areneros retirando los excrementos de los bueyes y las fatigas del Buñolero don Gabriel Martín, abriendo y cerrando los portones hasta la extenuación. Mucho tiempo hacía que no se veía en Las Ventas un baile de corrales como el de hoy, auspiciado por la debilidad congénita y las exasperantes caídas en plancha de los toros de Bañuelos, los toros del frío que nos dejaron fríos.
En la parte coletera se requirió el concurso de Juan de Castilla, Isaac Fonseca y José Francisco Molina, Colombia, Méjico y Albacete, que suman veinticinco corridas en el año pasado, de las que cinco son de Juan y cuatro de José Francisco.
Cuando uno llegó a su localidad por allí andaban ya los bueyes sabios tratando de retirar de la exposición pública a Zalamedo, número 77, segundo de la tarde, sin que podamos dar fe de cuáles fueron las causas de su expulsión. En seguida se anunció que se corría turno y que saldría Sufrido, número 56, que iba en quinto lugar. Tras las correspondientes chirimías apareció el susodicho para provocar la exasperación de la parroquia que comenzó a demostrar su hostilidad al bicho, que demostraba de manera patente su incapacidad para la cuadripedestación, por lo que fue sancionado con el destierro, lo que provocó otra salida a escena de los cabestros, para sorpresa de tantos turistas que pensaban que esto de la corrida consistía en hacerles cuatro monerías con la capa a los toros y luego sacar a unos bueyes a llevárselos. Tras el correspondiente anuncio, exhibición de un trozo de tela blanco y los sonidos del viento y la percusión, apareció en escena Romano, número 81, de Montalvo, que tampoco era lo que se dice un Hércules. Lo mejor que nos trajo este Romano fue poder contemplar la perfecta brega de Juan Carlos Rey, la torería rehiletera de Curro Javier y la disposición de “Tito”. En ese momento pensamos que, probablemente, eso sería lo más torero que veríamos en toda la tarde y, como tantas otras veces, nos equivocamos. La cosa de la muleta en manos de Fonseca una vez que se quedó solo, consistió a grandes rasgos en desbaratar la obra de Javier Rey, que comenzó su obra con tres pases de rodillas y con el toro comiéndole el terreno, y continuó mediante la cosa de los enganchones y de poner la muleta a ver si el toro se da el pase él solo, como ahora suelen hacer tantos, pero el animal, en cabio, reclamaba un mando y una decisión que no estaba en la miente del torero. Pinchazo, espadazo, descabello y aviso es el epílogo de su obra.
Volvemos a los Bañuelos y aparece Castañero, número 87, que no parece capaz por sí mismo de poner la miel en ningunos labios y que tras un prescindible tercio de varas y un recibimiento por bajo de la muleta de Molina, se parte la mano, por lo que el albaceteño opta por dar fin a su tarea a base de no sé cuántas entradas pinchando y otros cuantos descabellos.
Tras el arrastre del manco, sale un nuevo Bañuelos, Zalamedo, número 14, que se llama igual que el segundo y que está dispuesto a seguir su misma suerte, siendo desaprobado por la cátedra y por los turistas que ya habían aprendido a dar palmas de tango, por lo que se dictamina que siga la senda de su hermano y tocayo hacia el corral donde don Juan Antonio Domínguez hará que se cumpla su destino. Es este el momento en que aparece anunciado el de Carmen Valiente, Fallero, número 78, que ya estuvo anunciado de sobrero el domingo pasado, y que tras unas vueltecillas por el ruedo deja claro que su destino más adecuado es el de seguir a los dos Zalamedo y a Sufrido en la fúnebre procesión en pos de los bueyes. To pa ná, pensaría el animal. Como no hay mal que por bien no venga, ahí tenemos al de Las Ramblas, con el número 14, que atiende por Saltamontes, de poco cuajo y menos presencia, de condición mansurrona y huidiza ante el que Juan de Castilla puso en marcha una tauromaquia de corte muy pueblerino, ese toreo que huele a churros, a pincho moruno y a algodón de azúcar, basada en la distancia, por lo lejos que se pasaba al toro, y en la ventaja. Remató su obra con unas inconcebibles manoletinas de rodillas y después con una estocada trasera, un descabello y un aviso. Se dio una vuelta al ruedo porque se lo sugirió un peón.
Cuando parecía que la corrida no iba a acabar nunca, aparece Memorable, número 19, de Couto de Fornilhos con evidentes signos de haber hecho varios másters en corrales y con evidentes signos de mansedumbre que le impiden acometer a los capotes que le presentan Juan Carlos Rey y Curro Javier. Isaac Fonseca no lo ve claro y no se arriesga mucho en ver de hacerse con el toro, que va de acá para allá a su albedrío, huyendo de las telas. Se cambia el tercio sin que el bicho haya recibido un solo capotazo y el animal manifiesta su falta de deseo de acudir a los caballos guarnecidos de faldillas. Así va pasando el tiempo hasta que, en un arranque de pura torería de director de lidia, Juan de Castilla se va al toro, le toma en corto y le cita provocando su embestida, que nadie sabía lo incierta que podría ser y, a base de claridad de ideas y de ordeno y mando capotero se hace con él, haciéndole pasar de capa y recibiendo la más rotunda y sincera ovación de la tarde. Luego el toro ya entró a varas tres veces, empujando de bravucón y saliendo suelto, recibió la perfecta brega de Curro Javier y el toro fue demostrando que era un perfecto don nadie, con problemas de movilidad. La ocasión de Isaac Fonseca se había pasado y casi nadie echó cuentas de su deslavazado trasteo.
Y ya para terminar ahí tenemos a Faisán, que es el nombre de un bar de Irún, con el número 49, de la ganadería titular que recibió unas correctas verónicas de Molina y que, tras un inicio que hizo albergar ciertas esperanzas, no quiso dejar mal a sus congéneres que le habían antecedido y sacó ciertas asperezas y un desencanto que empataba perfectamente con el de los espectadores que veían que el reloj de la Plaza daba las 9, noche ya cerrada en el cielo de Madrid, muertos de ganas de retornar al hogar con los diez olvidables toros a cuestas.