Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
El filósofo norteamericano Richard Rorty quemó su juventud en pos de un ideal: fundir justicia y realidad en una imagen platónica. Consiguió una pompa de jabón, y fracasó. Más testarudo todavía –hablamos de una testarudez manchega–, Antonio López ha pasado su madurez, la última década, tratando de meter en una tela de tres por cuatro todo el Madrid que cabe en los ojos mirándolo desde Vallecas. ¡Dios nos asista! Pero él siempre podrá decir que fue un encargo político.
De las dos cosas más afortunadas que pueden acontecer a un pintor (“primero, ser español, y segundo, llamarse Dalí”), Antonio López sólo tiene la mitad: es español. Por cierto, ¿a qué español no le tendrá prometido un cuadro Antonio López? Aunque podría ser daliniano siquiera en el amor a esa línea que Dalí amaba en un cuadro sevillano que le parecía milagroso, “Las postrimerías de San Fernando”, en que se ve la Sagrada Forma de perfil:
–¡Es una línea y se ve redondo!
¿Comulgaría Antonio López con esa Sagrada Forma?
Por español, Antonio López es un pintor macho. Frente al Louvre, que le parecía un museo hembra (después de todo, allí está la Mona Lisa), Azorín defendía la causa del Prado, que le parecía un museo macho, sobre todo en la sala Ribera, donde España se le hacía densa, fuerte y austera.
–Qui bé estiga que no es moga.
Lo decía, en valenciano, Ribera: el que esté bien que no se mueva. Y, el que se mueve, no sale en la foto de Antonio López. ¿Quién no se acuerda de “El sol del membrillo”? Diez años se han estado quietos, esperando, los políticos madrileños del encargo del cuadro a Antonio López, al que no se le ha escapado ni la demolición del Windsor, porque nos ha querido enseñar cómo ha sido la sensación en un momento dado: el que va de 1996 a 2006.
De Ribera se decía que ponía sus modelos en un cuarto penumbroso, sólo iluminado con cierta luz; y él se colocaba en otro aposento inmediato, y pintaba mirando por un agujero, el agujero del pintor-voyeur. El agujero de Antonio López para ver Madrid –de Madrid al cielo y un agujero en el cielo para ver Madrid– ha sido la Torre de Bomberos de Vallecas. Azorín pensó en escribir alguna vez unas páginas tituladas: “Ropa tendida en Toledo”. Le ocurría que, en el Prado, al pasar de Ribera al Greco, tenía la impresión de múltiple y coloreada ropa tendida. Ésa era, para él, la pintura del Greco: ropas tendidas, para que se sequen o para que se ventilen, en patios, galerías, balcones, descampados. Como el nuevo Madrid de Antonio López. “Las ascuas de un crepúsculo morado...” Etcétera.