jueves, 26 de septiembre de 2024

Baroja



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Baroja, que nació en el Día de los Inocentes, era, según Ruano, un gran señor liberal y aldeano con ingenuos miedos a la vida, lo mismo al carlismo que al amor.


Baroja era como una tos blanda.


Tos de difícil conversación: hablaba sólo por alusiones y no seguía nada de lo que empezaba ni casi empezaba nada de lo que seguía. Fue médico, panadero, novelista y académico –con discurso de 1935–, por este orden. Cabeza con boina y pies con pantuflas. Eran, los Baroja, un familión: don Serafín, ingeniero y violonchelista, que se propuso una vez estar solo, al menos un minuto, en la Puerta del Sol, y se dedicó a conseguirlo; doña Carmen, “delgada, alta, limpia, silenciosa”; Carmencita, repujadora de cueros y platas; y Ricardo, retratista de los escritores del grupo. Sobre la crueldad necrofílica de los franceses para hablar mal de los escritores muertos le dijo Baroja a Ruano: “¡Burro muerto y sin cebada al rabo! ¡Qué bárbaros! ¡Vaya tipejos!”


Azorín pudo decir de Baroja: “Ha escrito gramaticalmente como ha querido.” Y un escrito de Baroja ha vuelto a caer en el examen de Selectividad.


El 98 son unos escritores tristes. Y no por el Desastre. Como el Greco y Larra, sus modelos, el 98 eran tristes porque de la tristeza, pensaban, salen las grandes cosas del arte. Sentían “el destino infortunado de España”, y se citaban en un cementerio abandonado para debatirlo. La explicación de Azorín era que la suya era una generación histórica, y por lo tanto, tradicional. Su empresa fue la continuidad. “Y viniendo a continuar se produce la pugna entre lo anterior y lo que se trata de imponer.” La diferencia estética del 98 con relación a lo anterior está en lo histórico y en lo literario. Lo histórico para el 98 son los hechos menudos: “primores de lo vulgar”, diría Ortega, para referirse a una estética ya definida, tres siglos atrás, por el carmelita Fray Jerónimo de San José. En cuanto a lo literario, ni qué decir tiene que todo había de reducirse al estilo.


El secreto de Baroja es su estilo –afirma Azorín–. No se ha dado tal estilo nunca en ningún gran escritor español.


Baroja desdeña la pureza, que nada tiene que hacer en su prosa “clara, sencilla, sobria”, próxima a las cosas. En este contacto con lo concreto está su fuerza. Y, además, Baroja usa –sin proponérselo– el tiempo que debe usar y que él se ha creado también. El tiempo, según Azorín, es la esencia del estilo.


Con tiempo lento no puede haber gran escritor. Ni aunque sea puro y propio y elegante. Se tiene o no se tiene el tiempo adecuado.