Kofi Annan
Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Los Annan son una saga, pero el importante es el padre de Kojo, Kofi, sumo sacerdote del tótem onusino que tanto influye en los destinos de la tribu progresista.
Para ganarse los favores del tótem, todos los progres “exaltan sus beneficios, le reconocen la paternidad de todas las cosas buenas y la protectora vigilancia contra todos los males que pueden pesar sobre la tribu”. Y si Annan declara que el ídolo todavía no está satisfecho, entonces hay que poner dinero, labor para la cual siempre están los Estados Unidos.
A pedir dinero a los Estados Unidos acuden anualmente a Davos los más famosos futboleros del Brasil y los más famosos cómicos de Hollywood, gentes, en general, que se gastan mucho dinero (en abogados) para no pagar dinero (en impuestos), pero que sueltan unos sermones que tienen a los pobres del mundo rico tiritando hasta que estos se rinden y entregan sus ahorros a los ricos del mundo pobre. ¿Quién no ha estado en el besamanos de Davos? Davos tiene, ¿qué sé yo?, que sólo lo tiene Davos. Diez euros cuesta cruzar la plaza de Chinchón en fiestas. Dos dracmas pagó nuestro Señor, como uno más, para entrar en Cafarnaún. ¿Cuánto pagará la gente “chic” por retratarse en Davos con Annan?
La Onu de Annan acaba de prohibir el comercio de caviar para proteger la vida de los esturiones. Alguien dirá que vaya tontería, pero, bien mirado, es bastante más de lo que la Onu hizo para proteger la vida de los tutsis cuando el padre de Kojo era el responsable de los Cuerpos de Paz.
–Yo pensaba que estaba haciendo lo mejor, pero, después del genocidio, me di cuenta de que yo podía y debía haber hecho más –dijo el perspicaz cabeza de los Annan, que es, curiosamente, lo mismo que vino a decir cuando sorprendieron a su hijo Kojo jugando a “la quito, la pongo, ¿dónde está la pelotilla?” por cuenta del programa Petróleo por Alimentos.
“¿Puede una pelota cambiar al mundo?” He aquí el desafío intelectual lanzado en la apertura del Foro Económico de Davos por el padre de Kojo. Justamente en las mismas fechas, pero de hace ciento cincuenta años, Schopenhauer respondía a las dos preguntas fundamentales de la ética formuladas en sendos concursos por las sociedades noruega y danesa de las ciencias. Estos trabajos espolearon la famosa voluntad del gran pesimista alemán, quien, dale que dale, acertó a despejar, o de eso presumía al final, la gran incógnita kantiana, la “x” de la cosa en sí, cosa, por cierto, que el juez Garzón no logró hacer con la del Gal. Garzón, Schopenhauer, Kant, y al fondo, dominándolo todo desde la esnobada cumbre de Davos, el padre de Kojo. “¿Puede una pelota cambiar al mundo?”