En una taberna establecida en la calle de López de Hoyos (Prosperidad), entraron anoche varios aguadores.
En aquella taberna siguieron libando, pues ya venían los aguadores con su poquitín de vino en el cuerpo.
Uno de los bebedores, llamado Segundo Rodríguez García, de veintiocho años, que vive en la calle de Luis cabrera, 22, dijo que él era uno de los mejores bebedores de vino que había en Madrid y en sus afueras.
Otro de los aguadores negó lo dicho por Segundo y se apostaron dos frascos grandes de vino a que no era cierto.
La apuesta consistía en que Segundo se bebiera de dos tragos dos frascos grandes de vino. Si lo hacía así, ganaba el líquido, y si no, perdía el importe de los dos frascos.
Segundo cogió un frasco y de un solo trago lo apuró ante la estupefacción de sus compañeros y del tabernero.
Descansó y poco después cogió el otro frasco e hizo lo propio que con el anterior.
El asombro de los presentes llegó a su colmo al ver rematar el segundo frasco.
Segundo dejó sobre el mostrador el frasco vacío y, apoyándose en el hombro de un compañero, exclamó: “¡Yo estoy muy malo!”
Le cogieron y entre varios amigos lleváronle a la Casa de Socorro de la Prosperidad. Por el camino se agravó de tal manera que el infeliz Segundo al entrar en el benéfico establecimiento falleció sin articular palabra.
El infeliz había sucumbido víctima de un fortísimo ataque de alcoholismo agudo.
Se dio cuenta al Juzgado de guardia del suceso y ordenó el levantamiento del cadáver y su traslación al Depósito judicial…
La moraleja de este suceso es que se debe porfiar, pero no apostar y mucho menos embucharse entre pecho y espalda dos frascos grandes de vino, pues quien lo repita posible es que fallezca como el desgraciado Segundo Rodríguez.