En Prado /Caravia Alta (Asturias).
“Mirad al irlandés y a su plato de patatas puesto en el mismo suelo, y a toda su familia alrededor, sentados sobre las posaderas, devorando cantidades casi increíbles; y al mendigo a quien invitaron de corazón, y al cerdo, que participa en el festín con apetito tan bueno como el de la esposa, el de las gallinas y gallos, el de las pavas y las ocas, el del perro y el gato y tal vez la vaca... y todos comen dl mismo plato. Nadie que presencie este cuadro puede quedarse indiferente a la impresión de abundancia, digamos incluso de buen humor, que de él se desprende.”
Este pasaje de A. Young en A tour in Ireland (1780) le viene a uno a la cabeza cada vez que se sienta ante una fuente de patatines al cabrales en Casa Carlos.
Casa Carlos representa la honradez de la auténtica cocina casera, donde unas manos prodigiosas obran cada día el milagro del bien guisar. En ningún sitio sirven un rey al horno como el de esta santa casa, donde los comensales son servidos por riguroso orden de aparición.
¿Cómo recuerda uno que guisaban en la casa familiar? Como en Casa Carlos. El mejor pollo al ajillo del mundo occidental lo hacían aquí, pero lo sacaron de la carta por criterios de operatividad: estrangulaba a la cocina, que trabaja al momento. Patatines al cabrales, al ali-oli y bravas. Cachopo -esa obra maestra de las edades geológicas-, bocartes, escalopines, tortos de maíz con huevos, croquetas, pimiento relleno...