viernes, 12 de marzo de 2010

TERROR AL URI GELLER DEL TOREO

José Ramón Márquez

Tic, tac,tic,tac,tic,tac…clinck, pum, bum, crash. El Festina a la Porra, y el Hublot, y el el Vacheron & Constantin, y el Rolex, el Cartier… Tic, tac,tic,tac,tic,tac…clinck, pum, bum, crash, el Omega del abuelo a la porra, y el Patek Philippe, el Chopard, el Seiko, y el Casio y el Rolex falso de Canal Street, todos escacharrados. ¿Maldición? No. José Tomás, el Uri Geller del toreo los ha vuelto a averiar. Los caros y los baratos. Todos los relojes de La Plana, parados.

Hablaban dos señores en el tendido bajo:

-¿Me puede usted decir la hora, que se me ha parado el reloj…?

-Pues a mí, también. Mire usted…

No es que lo inventemos aquí. Es que lo pone en los periódicos. En el periódico taurino por excelencia, el periódico en el que escribió Corrochano, una señorita ha puesto: “Dos trincherillas que paralizaron los relojes”, y eso después de explicar así la faena cumbre:

“Muñeca de temple y mando. Bajo los sones de Manolete, los muletazos resplandecían como los destellos de su terno espiga de oro. Crujían los cimientos de la plaza. Figura juncal de talones asentados, poso y reposo en las series, hondura y rotundidad”.

Y uno, que por más vueltas que da a todas esas palabras, no ve la faena por ningún sitio. Lo único que ve es como un delirio de ‘disco Ibiza, loco-mía’, porque entre los talones, el Juncal que era Paco Rabal, los posos del café, el reposo del guerrero, los resplandores de los muletazos y los del terno, pues no me entero de nada más que de lo referido a los relojes, que es lo único que va escrito por derecho. Vamos, en resumidas cuentas, que los que estaban en la Plaza de Pérez Galdós ayer por la tarde, hoy ya no tienen dónde mirar la hora.

En ABC del día 14 de marzo de 1910, hace un siglo, se contiene la crónica de la novillada celebrada en la Plaza Vieja el día anterior, domingo. La crónica va sin firma. Copio el segundo toro.

“El segundo, también negro y cornidelantero, con menos carne que una Semana Santa. Infante se lía a capotear como si estuviese en Villazopeque. Toma seis varas por cuatro tumbos y un cadáver. Chiquito de Madrid colocó al cuarteo un par caído, del que se cayó un palo. El compañero, que debe ser García Carrillo, tiró los palos donde quisieron caer, y cerró el Chiquito con otro sin nada digno de anotarse. Hipólito Zúmel, sin confianza y con picardía de torero viejo, torea sólo con el pico de la muleta y consigue que el portugués se vaya con sus cuatro “pes de touro” buscando las tablas. Entra desconfiado a pinchar dátiles con un pinchazo tirado. Otro más hondo y delantero, otro idem id.; otro sin querer llegar. Un intento de descabello, y un aviso, después del cual quiso hacer algo más, y dio media buena. Descabelló a la tercera y hubo pitos.”

En los años diez, del siglo XX, como casi nadie tenía reloj, se escribía de otra forma porque lo del descacharre de relojes no se habría entendido. Ahora, al cabo de cien años tenemos la fortuna de poder volver a recrear la faena de Hipólito Zúmel a su segundo. Quien la hizo, sabía de toros. No creo que nadie, dentro de cien años, pierda su tiempo leyendo las crónicas taurinas de este tiempo nuestro, pero en el caso de que alguien se impusiese esa onerosa tarea, es seguro que cuando leyese todas estas horteradas contemporáneas que se escriben sobre cipreses, compases sordos, relojes, músicas, pulsos, tiempos detenidos o cimbreos no podría entender apenas el espectáculo al que corresponden, pero muchísimo menos le sería concebible el tipo de estúpidos que asistían al mismo.