La última usanza del progresismo es el animalismo, qué le vamos a hacer. Animalismo no alude al estado mental de ciertos políticos, sino a la paradójica defensa de los derechos humanos de los animales. Las gentes de progreso, que se han quemado las pestañas leyendo a Darwin y a Lao-Tsé, enseñan que un hombre no es más que un perro, sino probablemente menos, y ya no digamos que un toro.
Fue la antropóloga Aído quien asentó un postulado axial de la doctrina animalista, según el cual un feto está vivo pero no empieza a ser humano hasta más allá de las catorce semanas. Así pues, ¡cuánto más no valdrá un toro que un niño para la gente de progreso! Esperanza Aguirre, sin embargo, que no se preocupa nada del progreso al decir de los progresistas, ha declarado la fiesta Bien de Interés Cultural en Madrid. No hace ninguna falta decir que el toreo es un bien cultural para que lo lleve siendo desde los fenicios o los minoicos o por ahí, pero aplaudimos el gesto por lo que tiene de peineta zumbona al Parlamento catalán, ese conspicuo areópago de culos monolingües. Por lo mismo que a uno le ha divertido la decisión de Aguirre le ha molestado al ciberchequista Izquierdo, de El País, y a otros boticarios intelectuales que nos administran la posología del patriotismo justo, sin mezcla de fachismo adulterador.
Lo que molesta de Aguirre, en el fondo, es que tome decisiones, porque eso de tomar decisiones es hoy una cosa que está muy mal vista en la política española. Antes la izquierda promovía la revolución, pero ahora que gobierna España fomenta un letargo volitivo como de estanque helado, sobre cuya superficie patina distraída Elena Salgado mientras a sus pies van sumergiéndose los gélidos parados como Di Caprio en Titanic. Esto debe de ser cosa del zen, seguramente, que es la filosofía de cabecera de Zapatero en caso de que en la cabecera le quepa algo más que Público, que ha pasado de órgano de comunicación del partido a serlo del Estado, directamente.
(La Gaceta)