jueves, 25 de marzo de 2010

GARZÓN Y EL LORO DE CAMBA



Jorge Bustos

Camba opinaba que el loro es un animal triste, y se preguntaba por qué siendo un pájaro tan cenizo se viste con ropajes tan alegres. Uno piensa que lo hace justamente para compensar la cacofonía de su voz estridente, que le acompleja el carácter. Garzón tiene algo de periquito o cacatúa en el sentido cambiano: sus autos huracanados resarcen al magistrado de una voz inverosímilmente aflautada. Uno, que supo primero de Garzón por sus apariciones televisivas, se decía: “Este hombre estilará un vozarrón intimidatorio, a lo Júpiter tonante”. Y miren ustedes por dónde resulta que el juez estrella habla como un globo de helio que se pisa durante la primera comunión de un niño pijo. Se queda uno helado al oírle, y los facinerosos tipo Malamadre, abatidos por una de sus sentencias, ingresarán en el trullo con el consuelo al menos de una superior virilidad. Yo creo que no se ha estudiado lo suficiente la relación entre la compulsión narcisista de Garzón y su voz, que es la voz de alguien que quisiera ver amanecer no como un jilguero sino como un venado en plena berrea durante una jornada de hechos cinegéticos. Si pudiera, Baltasar se envolvería en una toga multicolor y gastaría puñetas con encaje de pan de oro, aunque ello le reportase la sospecha de una vinculación textil con la mujer del director de El Mundo, quien se porta con Garzón como Garzón con la Ley de Amnistía. La explicación a su afán por ser la espuma de todos los botellines reviste, por tanto, un carácter psicofonético, y creo que su némesis -Luciano Varela- debiera recogerlo en el sumario que instruye contra él, quizá como atenuante. Al fin y al cabo, todos somos rehenes de nuestros traumas. Y hablando de aves: ¿saben ustedes cómo suena el timbre onomatopéyico de un faisán?

(Publicado en ÉPOCA)