José Ramón Márquez
Tres caídas, como el Señor de Triana. La primera, la de Luque, el miércoles, con la corrida de Alcurrucén. Puntazo y sangrecilla que cae por la pata abajo. El torero cojea unas veces y otras no, y tras matar al toro se va a la enfermería para no volver. Podríamos traer aquí a colación a una docena de toreros cogidos que no se han ido a la enfermería o que han ido y han vuelto, pero no es preciso, porque si el doctor y el apoderado estimaron que no debía volver, pues bien hecho. Lo que se vio en su único toro de esa tarde plantea muy serias dudas sobre el posible resultado de la encerrona que le han montado para el Domingo de Resurrección en Madrid. Los mal pensados dijeron que su no comparecencia a matar su segundo tenía que ver precisamente con esa corrida.
La segunda caída es la de Perera. Presenta una resonancia magnética y desaparece del cartel tan poco interesante en el que había conseguido anunciarse en Fallas. El año pasado no estuvo, y éste, lo mismo. Da igual. Visto lo visto, parece que Fallas tan sólo está sirviendo para bajar cotizaciones a la hora de negociar Madrid, por lo que lo más inteligente, viendo cómo se ha desarrollado la feria, es desaparecer. El único triunfo que ha sonado ha sido el del torero importante por antonomasia, a quien no le afecta el asunto de las contrataciones, y viendo el fiasco ganadero, lo mejor es agarrarse a la resonancia o a lo que sea, y si hay un resquicio para huir, aprovecharlo, no vaya a ser que la fastidiemos, que la temporada es larga.
La tercera caída es el batacazo ganadero. Que los juampedros, los zalduendos, los cuvillos... hayan dado un espectáculo deplorable y que las únicas corridas un poco más serias hayan sido la de Alcurrucén y la novillada de Fuente Ymbro es algo que habla claramente de un tremendo error en la selección del ganado o en la atención a las imposiciones de los despachos. Las presentaciones deplorables, las fuerzas justas para mantenerse en pie, las cornamentas astigordas, tan poco naturales, dibujan una feria de Fallas deleznable en lo ganadero. Creo que por festivalero y amable que sea el público, es imposible que la contemplación de esos animalejos disminuidos pueda serle agradable. Me parece que es totalmente imposible que nadie pueda disfrutar con esos bichos correteando por allí, aunque se ponga uno enfrente de ellos a hacer sus monerías, de cuya importancia nadie duda, y se lleve un saco lleno de orejillas.