José Ramón Márquez
Dos faltas de ortografía en cinco palabras. Están fijadas a la verja de la Academia donde se juntan los inmortales (?). Nadie ha sido capaz de reparar en ello. Ni uno de ellos, de entre los jóvenes, ha sido capaz de comprarse un rotulador blanco para fijar, limpiar y dar esplendor a la infame placa. Ni uno de ellos, de entre los viejos, ha sido capaz de redactar una nota para el alcalde, el de ahora, o el de antes o el de mucho antes, denunciando esa agresión a domicilio a las normas que la propia casa da. Porque lo de ellos se conoce que es el sarao, ponerse la pajarita y darse importancia. Ellos, que han escrito Quijotes, no van a estar fijándose en memeces como dos inmundos acentos que faltan en la placa que está en su propia verja. Con la de canapés que hay que meterse al cuerpo, con la de novelas muy bien escritas e inspirados poemarios que les restan por dar a la imprenta no van a preocuparse de dos mínimas tildes cuya ausencia habla bien a las claras de la incuria de la afamada tropa que alberga esa zorrera.
En Granada, en una estrechísima calle del Albaicín, la calle del Beso, alguien colocó unos azulejos en los que se contaba el origen de aquel nombre. El relato contenía un gran número de faltas de ortografía en la acentuación, y una mano anónima –acaso un Maestro- se entretuvo en corregir el texto con un rotulador, poniendo las tildes donde eran necesarias y eliminando la que estaba mal puesta. En este anónimo y romántico acto de amor a la lengua hay mucha más decencia y dignidad que en la de todos los prescindibles inmortales de la calle de Felipe IV, de los cuales pongo a continuación sus nombres para público conocimiento:
Martín de Riquer, Carlos Bousoño, Manuel Seco, Valentín García Yebra, Pere Gimferrer, Gregorio Salvador, Francisco Rico, Antonio Mingote, José Luis Pinillos, Francisco Nieva, Francisco Rodríguez Adrados, José Luis Sampedro, Víctor García de la Concha, Eduardo García de Enterría, Emilio Lledó, Luis Goytisolo, Mario Vargas Llosa, Eliseo Álvarez-Arenas Pacheco, Antonio Muñoz Molina, Juan Luis Cebrián, Ignacio Bosque, Ana María Matute, Luis María Ansón, Luis Mateo Díez, Guillermo Rojo, José Antonio Pascual, Carmen Iglesias, Luis Ángel Rojo, Margarita Salas, Arturo Pérez-Reverte, José Manuel Sánchez Ron, Álvaro Pombo, Antonio Fernández Alba, Francisco Brines, José Manuel Blecua Perdices, Pedro García Barreno, Salvador Gutiérrez Ordóñez, Javier Marías, Darío Villanueva, José Luis Borau, José María Merino, Inés Fernández-Ordóñez y Soledad Puértolas.
Dos faltas de ortografía en cinco palabras. Están fijadas a la verja de la Academia donde se juntan los inmortales (?). Nadie ha sido capaz de reparar en ello. Ni uno de ellos, de entre los jóvenes, ha sido capaz de comprarse un rotulador blanco para fijar, limpiar y dar esplendor a la infame placa. Ni uno de ellos, de entre los viejos, ha sido capaz de redactar una nota para el alcalde, el de ahora, o el de antes o el de mucho antes, denunciando esa agresión a domicilio a las normas que la propia casa da. Porque lo de ellos se conoce que es el sarao, ponerse la pajarita y darse importancia. Ellos, que han escrito Quijotes, no van a estar fijándose en memeces como dos inmundos acentos que faltan en la placa que está en su propia verja. Con la de canapés que hay que meterse al cuerpo, con la de novelas muy bien escritas e inspirados poemarios que les restan por dar a la imprenta no van a preocuparse de dos mínimas tildes cuya ausencia habla bien a las claras de la incuria de la afamada tropa que alberga esa zorrera.
En Granada, en una estrechísima calle del Albaicín, la calle del Beso, alguien colocó unos azulejos en los que se contaba el origen de aquel nombre. El relato contenía un gran número de faltas de ortografía en la acentuación, y una mano anónima –acaso un Maestro- se entretuvo en corregir el texto con un rotulador, poniendo las tildes donde eran necesarias y eliminando la que estaba mal puesta. En este anónimo y romántico acto de amor a la lengua hay mucha más decencia y dignidad que en la de todos los prescindibles inmortales de la calle de Felipe IV, de los cuales pongo a continuación sus nombres para público conocimiento:
Martín de Riquer, Carlos Bousoño, Manuel Seco, Valentín García Yebra, Pere Gimferrer, Gregorio Salvador, Francisco Rico, Antonio Mingote, José Luis Pinillos, Francisco Nieva, Francisco Rodríguez Adrados, José Luis Sampedro, Víctor García de la Concha, Eduardo García de Enterría, Emilio Lledó, Luis Goytisolo, Mario Vargas Llosa, Eliseo Álvarez-Arenas Pacheco, Antonio Muñoz Molina, Juan Luis Cebrián, Ignacio Bosque, Ana María Matute, Luis María Ansón, Luis Mateo Díez, Guillermo Rojo, José Antonio Pascual, Carmen Iglesias, Luis Ángel Rojo, Margarita Salas, Arturo Pérez-Reverte, José Manuel Sánchez Ron, Álvaro Pombo, Antonio Fernández Alba, Francisco Brines, José Manuel Blecua Perdices, Pedro García Barreno, Salvador Gutiérrez Ordóñez, Javier Marías, Darío Villanueva, José Luis Borau, José María Merino, Inés Fernández-Ordóñez y Soledad Puértolas.