lunes, 1 de marzo de 2010

MORANTE Y LA JARRA SIN CULO


José Ramón Márquez

No fui ayer a Vista Alegre. Me imaginaba el aquelarre montado para detener el tiempo, con todos los magos y los nigromantes echando mano de su ciencia para escacharrar los relojes y preferí irme a El Pardo.

Ahora miro las crónicas y veo que todo ocurrió con arreglo al guión previsible. Lo primero, la tauromaquia rococó de Morante. Lo segundo, la incapacidad de Cayetano. Sin sorpresas.
Como no estuve, pues no voy a poner aquí nada del famoso molinete ni de la trincherilla; tan sólo diré que qué clase de toreo es éste de molinetes y trincherillas; que vale, que sí, que paramos otra vez los relojes y ya estamos con la hora de Canarias y los pajaritos cantan, pero que esto es como justificar a Velázquez, que también era artista, por las puntitas de las lanzas del cuadro.

Antoñete empezaba muchas de sus faenas con trincherazos o con ayudados por bajo. Esos muletazos en su mano, en el principio de las faenas, eran como látigos. No servían para detener el tiempo ni tonterías de ésas, pero al toro le dejaban hecho unos zorros, porque de lo que se trataba era de ahormar; tras esos inicios soberbios, mandones y recios. Luego venía el toreo hacia delante y la verdad del natural y aquello era el sueño hecho realidad, pero allí nunca se paró un reloj.

Por más que lo intento, no puedo comulgar con estas tonterías de los pellizcos y de los ojos entrecerrados. Si tú has probado Vega Sicilia, puedes seguir bebiendo el Don Simón de tetrabrick, pero ya para siempre sabrás que hay otra cosa mejor. Los pases o son útiles al fin que se debe perseguir, que es el dominio y el toreo, o son mero ejercicio huero de estilo. Como una jarra sin culo, perfecta, preciosa e inútil.