José Ramón Márquez
Mi amigo el Sr. F., biólogo y cuidador de ofidios en le zoológico de M., me envía copia de la carta que ha remitido al simpático Mosterín. La transcribo íntegra.
Sr. D. Jesús Mosterín
Instituto de filosofía - CSIC Centro de Humanidades
C/ Albasanz, 26 – 28
28037 Madrid
M. 26 de febrero de 2009
Estimado señor:
Permítame el atrevimiento de esta carta, pero creo que en mi condición de homínido emparentado próximamente con los simios, y siendo conocida su afición a los primates, es por lo que me he tomado la libertad de remitirle estas líneas que espero sean de su interés. Mi pasión por los animales nace desde mi más tierna infancia.
Supongo, señor Mosterín, que en esto podemos decir que casi seremos almas gemelas. Creo que debió ser el bondadoso Félix Rodríguez de la Fuente, el amigo Félix de aquella inolvidable canción, quien me mostró en mi infancia la multiplicidad de las especies animales y la forma en las que unas necesitan de las otras. La vida me permitió que, tras mis estudios de Universidad y de posgrado, haya tenido la fortuna de poder estar en contacto con los animales en mi labor profesional, prolongando mi amor hacia ellos en mi diario quehacer profesional.
Sin embargo, señor Mosterín, y éste es el objeto de mi carta, observo con estupor cómo desde hace lustros cuando se habla de animales solamente se da relevancia a los denominados animales superiores y especialmente a los mamíferos, pero no veo que nadie se preocupe de la vida de otros animales importantísimos en la cadena de la vida, a los que nadie hace ni caso y están muriendo de forma masiva ante el silencio y la pasividad de la humanidad entera. Me voy a referir, admirado señor, a los insectos, que mueren de forma inmisericorde y por millones en las carreteras de todo el mundo.
Cada día a lo largo y ancho del planeta perecen millones de insectos sin que se alce una sola voz para denunciar este asesinato en masa; mueren por millones de forma brutal, despanzurrados contra los parabrisas, contra los parachoques de los autos, contra los camiones, contra los ferrocarriles... en un horrendo genocidio que se lleva prolongando durante más de un siglo y en el que los daños que se han producido a la fauna no han sido apenas evaluados, como si no pasase nada. Todos esos animales tienen sistema nervioso, esos animales sufren de forma indecible en el momento en que perciben la inminencia del golpe fatal que acabará con su vida y sufren durante los momentos en que agonizan pegados en el vidrio hasta que son barridos por el limpiaparabrisas.
Creo que no es justo preocuparse de unas especies despreciando a otras por motivo de su pequeño tamaño, pues parece que concentrarse en los animales superiores se podría interpretar como una suerte de oportunismo. De igual manera las mal llamadas ‘plagas’ del hogar están siendo la excusa para la destrucción de un número ingente de blatodeos, lo que el vulgo conoce por cucarachas, que representan más de 4.500 especies. Son animales que llevan viviendo en nuestro planeta en el período Carbonífero y que están siendo objeto de un sostenido y sistematizado intento de aniquilación. No quisiera aburrirle y prolongar esta carta en exceso, tan sólo recordarle el genocidio del género rattus, de los roedores mioformes a los que se persigue con tanta saña con venenos basados en neurotoxinas que producen en los animales terribles sufrimientos que muy frecuentemente son contemplados por sus horrorizadas crías.
Me gustaría, señor Mosterín, que usted, desde su altura moral de gran pensador contemporáneo, no ayudase a desviar el tema sino a centrar el debate en lo realmente importante. El toro no está siendo objeto de un premeditado, horrible y silencioso proceso de aniquilación como los que le he señalado y otros muchos similares que usted, sin duda, conocerá. Creo que no debemos dilapidar nuestros esfuerzos y más bien deberíamos concentrarnos en lo realmente importante.
Dar la batalla por la prohibición de los vehículos automóviles, de los insecticidas químicos y de los venenos para animales basados en neurotoxinas son luchas, lejos del oportunismo, de mucho más calado, en las que nos deberíamos concentrar los auténticos amigos de los animales. Y hay muchas más.
Reciba un cordial saludo. F.
Mi amigo el Sr. F., biólogo y cuidador de ofidios en le zoológico de M., me envía copia de la carta que ha remitido al simpático Mosterín. La transcribo íntegra.
Sr. D. Jesús Mosterín
Instituto de filosofía - CSIC Centro de Humanidades
C/ Albasanz, 26 – 28
28037 Madrid
M. 26 de febrero de 2009
Estimado señor:
Permítame el atrevimiento de esta carta, pero creo que en mi condición de homínido emparentado próximamente con los simios, y siendo conocida su afición a los primates, es por lo que me he tomado la libertad de remitirle estas líneas que espero sean de su interés. Mi pasión por los animales nace desde mi más tierna infancia.
Supongo, señor Mosterín, que en esto podemos decir que casi seremos almas gemelas. Creo que debió ser el bondadoso Félix Rodríguez de la Fuente, el amigo Félix de aquella inolvidable canción, quien me mostró en mi infancia la multiplicidad de las especies animales y la forma en las que unas necesitan de las otras. La vida me permitió que, tras mis estudios de Universidad y de posgrado, haya tenido la fortuna de poder estar en contacto con los animales en mi labor profesional, prolongando mi amor hacia ellos en mi diario quehacer profesional.
Sin embargo, señor Mosterín, y éste es el objeto de mi carta, observo con estupor cómo desde hace lustros cuando se habla de animales solamente se da relevancia a los denominados animales superiores y especialmente a los mamíferos, pero no veo que nadie se preocupe de la vida de otros animales importantísimos en la cadena de la vida, a los que nadie hace ni caso y están muriendo de forma masiva ante el silencio y la pasividad de la humanidad entera. Me voy a referir, admirado señor, a los insectos, que mueren de forma inmisericorde y por millones en las carreteras de todo el mundo.
Cada día a lo largo y ancho del planeta perecen millones de insectos sin que se alce una sola voz para denunciar este asesinato en masa; mueren por millones de forma brutal, despanzurrados contra los parabrisas, contra los parachoques de los autos, contra los camiones, contra los ferrocarriles... en un horrendo genocidio que se lleva prolongando durante más de un siglo y en el que los daños que se han producido a la fauna no han sido apenas evaluados, como si no pasase nada. Todos esos animales tienen sistema nervioso, esos animales sufren de forma indecible en el momento en que perciben la inminencia del golpe fatal que acabará con su vida y sufren durante los momentos en que agonizan pegados en el vidrio hasta que son barridos por el limpiaparabrisas.
Creo que no es justo preocuparse de unas especies despreciando a otras por motivo de su pequeño tamaño, pues parece que concentrarse en los animales superiores se podría interpretar como una suerte de oportunismo. De igual manera las mal llamadas ‘plagas’ del hogar están siendo la excusa para la destrucción de un número ingente de blatodeos, lo que el vulgo conoce por cucarachas, que representan más de 4.500 especies. Son animales que llevan viviendo en nuestro planeta en el período Carbonífero y que están siendo objeto de un sostenido y sistematizado intento de aniquilación. No quisiera aburrirle y prolongar esta carta en exceso, tan sólo recordarle el genocidio del género rattus, de los roedores mioformes a los que se persigue con tanta saña con venenos basados en neurotoxinas que producen en los animales terribles sufrimientos que muy frecuentemente son contemplados por sus horrorizadas crías.
Me gustaría, señor Mosterín, que usted, desde su altura moral de gran pensador contemporáneo, no ayudase a desviar el tema sino a centrar el debate en lo realmente importante. El toro no está siendo objeto de un premeditado, horrible y silencioso proceso de aniquilación como los que le he señalado y otros muchos similares que usted, sin duda, conocerá. Creo que no debemos dilapidar nuestros esfuerzos y más bien deberíamos concentrarnos en lo realmente importante.
Dar la batalla por la prohibición de los vehículos automóviles, de los insecticidas químicos y de los venenos para animales basados en neurotoxinas son luchas, lejos del oportunismo, de mucho más calado, en las que nos deberíamos concentrar los auténticos amigos de los animales. Y hay muchas más.
Reciba un cordial saludo. F.