El faquir conquense Ramón Tortajada, Daja Tarto para el mundo, sostenía que la Casa de las Siete Chimeneas,
sede del Ministerio de Cultura al que Zapatero quería enviar a Bosé, fue escenario ilustrado de grandes orgías espiritistas
BOSÉ
Ignacio Ruiz Quintano
Bosé ha sido el ángel agrario que ha escogido el alcalde de Madrid para ararle este año el surco a San Isidro.
Bosé debe de tener ya cincuenta años, pero hace los mismos razonamientos políticos que un muchacho de catorce, y en esto, para él, consiste ser joven. En los complicados dibujos de la psicología del adolescente, ¿en qué arquetipo cuadraría? ¿El Niño Divino, el Niño Precoz, el Niño Edípico o el Héroe?
A la edad de Bosé, y según los criterios de Moore y Gillette en su ya vieja guía de la nueva masculinidad, lo normal sería que el Niño Divino se hubiera convertido en el Rey; el Niño Precoz, en el Mago; el Niño Edípico, en el Amante; y el Héroe, en el Guerrero.
Bosé, sin embargo, no ha cambiado desde que tenía o aparentaba catorce años, y hace bien: cualquier leve alteración en esa manera suya de pensar lo privaría de la fama, y por tanto, de la TV, de la gala y, seguramente, del pregón del Santo Patrón. Nadie dice que haya de ponerse a pensar, por ejemplo, parecidamente a como pensaba su padre, el amigo de Picasso, rey, hoy, de las subastas de arte. "Estética de las costumbres", llamó, por cierto, Fouillée a la moral, esa simple cuestión de buen gusto. ¡Ah, la moral picasiana! Cuando su amigo Max Jacob fue encarcelado por los alemanes en un campo de concentración, Picasso fue el único que se negó a firmar la carta de Jean Cocteau dirigida a las autoridades nazis: "No vale la pena hacer nada –fue su mágica explicación de cabrón con pintas–. Max es un ángel. No necesita nuestra ayuda para echar a volar y fugarse de la prisión."
Bosé, sin embargo, no ha cambiado desde que tenía o aparentaba catorce años, y hace bien: cualquier leve alteración en esa manera suya de pensar lo privaría de la fama, y por tanto, de la TV, de la gala y, seguramente, del pregón del Santo Patrón. Nadie dice que haya de ponerse a pensar, por ejemplo, parecidamente a como pensaba su padre, el amigo de Picasso, rey, hoy, de las subastas de arte. "Estética de las costumbres", llamó, por cierto, Fouillée a la moral, esa simple cuestión de buen gusto. ¡Ah, la moral picasiana! Cuando su amigo Max Jacob fue encarcelado por los alemanes en un campo de concentración, Picasso fue el único que se negó a firmar la carta de Jean Cocteau dirigida a las autoridades nazis: "No vale la pena hacer nada –fue su mágica explicación de cabrón con pintas–. Max es un ángel. No necesita nuestra ayuda para echar a volar y fugarse de la prisión."
Picasso, obviamente, no era Dalí, el divino loco que pintaba saltamontes para pintar el temor al padre que había frustrado muchos de sus deseos juveniles. Picasso era, en palabras del propio Bosé, lo que son las izquierdas: la intelectualidad, el pensamiento, lo que crea el progreso, todo lo más revolucionario... Bosé, después de todo, ha vuelto bronceado del exilio, el legendario exilio aznarí, sin otro consuelo espiritual que escribir quintillas al tomista defensa central Pablo Alfaro.
Ocho años de exilio amenizado por las incursiones clandestinas en el Pirulí para presentar un "Séptimo de Caballería" con los últimos frutos secos de la generación romántica. Porque Bosé se cree el epígono de una generación cuyos miembros, según él, hacen de toda su vida una ONG (!):
–Y los que no son así están muertos.
De hambre, naturalmente.
ABCD, Julio de 2008