martes, 16 de enero de 2024

La lista de Epstein



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Los medios reaccionan a la lista de Epstein con menor indignación que las gallegas de una parroquia pontevedresa a la lista del capitán Portela en la época de Camba, que lo contó en una crónica.


Al pasar por el mercado, el cronista presenció la riña de una aldeana con un campesino. La cosa fue a mayores y la aldeana le habló al campesino de su mujer, a lo que repuso el campesino:


¡Tú qué vas a decir! ¡Si tú estás en el libro del capitán Portela!...


Con esta frase, se desbordó la ira de la aldeana, que avanzó hacia el hombre, y dándole en la cara con un repollo, se lo quería hacer comer. ¿Quién era el capitán Portela? ¿Qué clase de libro había escrito este capitán?


Pues tratábase de un capitán retirado que, no teniendo moros con quienes pelear, “derribaba todos los días alguna de estas formidables bellezas aldeanas sobre su tierra de labor, entre las altas hierbas, que le servían de lecho y de cortinas”. Luego, cuando llegaba a su casa, a hurtadillas de su mujer, sacaba un cuaderno y anotaba el nombre de la víctima y el lugar del sacrificio. Así hasta que un día se puso malo y murió. La viuda llamó a un notario para que arreglase los papeles del difunto, y apareció el pequeño cuaderno con sus terribles revelaciones.


El escándalo fue espantoso, aunque menor, de cualquier manera, que el producido hoy por la lista de Epstein. ¿Algún mohín de Gabilondo, el corazonista al que la “pederastia” eclesiástica quitaba el sueño? “¿Es el ganso que alerta de los moros el que decide qué es un moro?”, se preguntaba Sloterdijk cuando lo suyo. La respuesta es “sí”, si el ganso es la prensa del “mainstream”, cuyo  acreditado cinismo no le alcanza ya para recuperarse del golpe que para ella supone el hecho de que Trump, el personaje que la desenmascaró, no está en la lista de Epstein, siquiera compartiendo vuelo a la isla de los degenerados con todos esos honorables filántropos de la política, del arte y de la ciencia. Clinton amerita más horas de vuelo en el “Lolita” que Sánchez en el “Falcon”, y, sin embargo, nadie ha levantado una ceja en la Europa de los Pueblos: Clinton fue el invitado-estrella de Merkel (ninguneando al inquilino de la Casa Blanca) al funeral de Helmut Kohl.


Lo amaba –declaró el Don Juan de Arkansas sobre el Gargantúa alemán.


En tiempos menos indignos que los nuestros, la lista de Epstein hubiera destruido la patocracia occidental progre, amparada en los medios, como la lista de Robespierre destruyó la patocracia jacobina: bastó con que la carabanchelera Teresa Cabarrús, Notre-Dame de Thermidor, soltara la serpiente de la duda (“¡tú también estás en la lista!”) en el jardín de la Asamblea, donde todos los diputados creyeron ver sus nombres en la funesta libreta azul del dictador. ¿Y el periodismo?


Hoy no hay lista negra más fuerte que decir a un periodista que no está bastante a la izquierda, o mejor, que está a la derecha –descubrió hace cuarenta años Cabrera Infante.


[Martes, 9 de Enero]