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HUGHES
Pura Golosina Deportiva
El Madrid remontó con decisiones de VAR a su favor y más de cien minutos de juego. La reacción del antimadridismo, que ya legitimó el racismo el año pasado, puede ser histórica. Estaremos atentos a las pantallas (como el árbitro, Hernández Maeso), pero vayamos a la croniquilla.
Antes de empezar el partido, el estadio lucía, ya sí, futurista. La obra no está terminada, pero ya sabemos cuándo está mejor: cuando brilla el mediodía. A la luz madrileña de la siesta, el Bernabéu es un platillo volante de contornos suaves y hasta cierto erotismo a la altura de Padre Damián.
Pero decidieron echar la capota (Florentino con el telemando, seguro, accionando la portañica de la techumbre). Esto le daba al estadio un aire indoor intemporal y quitaba el sol. Ojo con esto: Floren es faraónico, y un faraón debe rendir culto a Ra, que además es una divinidad muy madrileña porque es el sol del mediodía. El sol es importante. Lo solar no se puede olvidar. El fútbol empezó, miles de años atrás, como un ritual en el que hombres perseguían el sol y ahora... ahora lo tapan, lo sacan del espectáculo.
Enamoraban las tardes de luz en el estadio, por molestas que fuera para cierto sector de la grada, y quizás quitar el sol y que a la tarde fuera de noche trastocó los biorritmos de los futbolistas, que salieron con jet lag o torrija.
En el segundo 40, marcó el Almería. Fallo de Nacho y gol de Ramazani.
El Madrid defendía contra cinco y había muy pocos espacios. Rodrygo, por ejemplo, se iba donde Vinicius para contactar, para poder hablar con alguien. El Madrid estaba lento, torpón, desganado y en nadie se podía confiar.
Fue en el minuto 24 cuando, por fin, uno se fue del rival. Bellingham regateó bellamente. Hizo un recorte elegante, un recorte detenido de repente. No el gambeteo peripatético habitual.
A partir de ahí se animó Vinicius, que siempre va de menos a más y hasta mucho más.
Una jugada retrataba: Lopy, jovencísimo y con gran porvenir, se iba de Kroos como quería. Lo circunvalaba. Ya ni trote cochinero; paso de peregrino y como mucho.
La primera llegada por la derecha se produjo en el minuto 33. Fue Carvajal, que iba a regalar una noche para el recuerdo. ¿He dicho noche? ¡Lo ven! Era tarde.
Por entonces ya había alguna cosa clara. El Madrid estaba espeso, muy espeso, y Bellingham comenzaba una carrera hacia el ecce homo. En el 35 pegó un grito desgarrador tras falta almeriense, sin amarilla. Le dieron en el tobillo, manotazos en la cara, bloqueos baloncestísticos...
Pero lo más importante es que el Madrid estaba jugando muy mal, y además mal de una forma también estructural. Había muchos jugadores atrás, dando una falsa seguridad. Cuatro defensas, con laterales poco activos, dos mediocentros y Valverde encajonado.
Y aun así, no evitaron el 0-2, un golazo de Edgar, de lejísimos, tras extraña cesión de Nacho, que no tuvo la tarde. Una parada de Kepa hubiera sorprendido.
El Almería, que no le había ganado a nadie (literal), se iba al descanso 0-2, y lo más grave es que el Madrid no había tirado a puerta.
Ancelotti no se esperó al 60 y en el intermedio reconstruyó el equipo. Dentro: Brahim, Fran García y Joselu. Tchuaméni de defensa, uno menos atrás y un nueve (por fin).
El público también era otro y el Madrid, en un 4-2-3-1 más racional, con Bellingham detrás de Joselu, entraba en calor con un primitivismo que le vimos en los primeros partidos de la temporada: el entendimiento entre los laterales (bajitos, españoles, furias) y Joselu. Esto devolvió el pulso y puso las cosas en su sitio, porque el Almería se aculó y el Madrid colgó ya de Joselu.
Jugando así, empezó a producir, a facturar.
En el 54, un remate de Joselu fue interceptado con el brazo por Kaiky y el VAR entró de oficio. El encargado era Hernández Hernández, el mítico, así que fue una sorpresa cuando se decidió penalti. Lo tiró Bellingham, centrado y engañoso, y fue el 2-1.
En esos primeros minutos resultó importante Fran García. El Madrid tiene dos mitades de lateral: Mendy, defensa, y Fran García, especialista en la aceleración de los centros. Juega cabizbajo pero los centros los eleva y por ese contraste le salen sorprendentes y cargados de ilusión. Nacen humildes y en la parábola cogen importancia.
El Madrid estaba volcado y el Almería le sorprendió en un rápido contragolpe que acabó con gol de Arribas, no celebrado. Todo fue remitido al VAR, de nuevo, porque la jugada tenía un pecado original: el manotazo de Lopy a Bellingham. Se dio aquí algo curioso. La pantalla de dividió en dos mientras Hernández Maeso consultaba el monitor. A la izquierda, salía la jugada original: el árbitro mirando (sin ver) cómo Lopy arreaba un sopapo a Bellingham; y a la derecha, el mismo árbitro viéndose a sí mismo mirar sin ver cómo Lopy le daba el manotazo a Bellingham.
Tuvo mucha humildad el árbitro y reconoció su falta de agudeza inicial. La decisión será muy criticada pero así (no así, con más escándalo) ganó una Liga el Atlético del nihilista Simeone. El colchonerismo, que abusivamente ocupa los medios en desproporción sólo superada por el centrismo, por supuesto, olvidará este detalle.
Pero la tarde sólo estaba comenzando. En el 67, Vinicius marcó un golazo de ejecución rapidísima, La celebración fue interrumpida porque se indicó "mano". El VAR, sabiamente, llevó a reconsiderar la jugada y el árbitro pudo apreciar mejor un gesto que, por otra parte, era digno de apreciar. Vinicius remató agarrado por dos defensas que parecían dos policías de suburbio americano del Black Lives Matter; y Vinicius, que siempre se libera a sí mismo, mientras se intentaba zafar de los dos, maniatado como un San Sebastián, sacó su hombro para rematar así, con las últimas fibras del deltoide, un gol que no sólo era legal sino espectacular. A Vinicius le falta marcar de glande. Lo veremos.
El pase, por cierto, era de Tchouaméni, que está recibiendo ya la clásica incomprensión pipero-madrileña. Todos los mediocentros no cascabeleros la padecen. Es un jugador basal, de números silenciosos, para extender una influencia importante en partidos grandes y grandísimos.
El Madrid, sin jugar del todo bien, ya llegaba muchísimo. Vini pudo marcar otro pero lo paró Maximiano; Bellingham casi marca de chilena, dibujando en el aire una forma zodiacal que detuvo el tiempo. El Madrid atacaba 40 veces, atacaba atacao y Ancelotti, con boomer remoloneo, terminaba la reconstrucción. Camavinga entraba por Kroos en el 81.
El árbitro dio 11 minutos, así que era la tercera prórroga en pocos días. Garitano, que ya antes había iniciado un striptease protesta, era expulsado. En la Antigua Roma, para averiguar el futuro miraban al cielo e interpretaban el vuelo de las aves. Eso ya no se puede hacer en el Bernabéu por la capota, aunque tampoco hacía falta. El gol iba a llegar y llegó, muy entrado ya el descuento: Bellingham bajó de cabeza un centro pasado y Carvajal, muy apurado, llegó al otro palo para rematarlo. Se habían entendido mucho antes, al inicio de la jugada.
Es normal ver a un lateral llegar al área, pero llegar al remate bajo palos en un contragolpe es otra cosa. Carvajal ya estaba en la historia del Madrid y ahora está asaltando no sé qué olimpo privé.
Se quitó la camiseta y celebró vibrante el gol. Su cuerpo de balín enfurecido, de santo extático, nos animaba a algo, a cambiar nuestra vida. ¿Dejaremos el gluten o al menos alguna cosa? Mientras escribo estas líneas, ingiero una ruffles jamón, un refrigerio un poco geopolítico. No hemos tenido vidas de santos, hazañas bélicas, grandes ejemplos... pero hemos tenido remontadas. Hemos aprendido con ellas. Hay que verlas así, mirarlas al trasluz del ejemplo. Quedarnos con su enseñanza. Movido por Carvajal, que dejó el gluten y llega a todas, hay que disciplinarse; influido por él, dejar el pan, la cerveza, los conguitos... Ofrecer algo a este 3-2 al Almería.