El año acaba con Feijoo de la mano de Sánchez para reformar la Constitución: a los disminuidos les llamarán discapacitados y a todos los demás nos llamarán gilipollas
Hughes
El año acaba con Feijoo de la mano de Sánchez para reformar la Constitución: a los disminuidos les llamarán discapacitados y a todos los demás nos llamarán gilipollas. Antes se han reunido formalmente y han pactado la composición de las distintas comisiones en las que rumiar el bolo presupuestario. Sucede cuando el PSOE le entrega Pamplona a Bildu; el PP hace algunos aspavientos, pero le da normalidad institucional a todo lo que sucede y viene siendo así desde el principio (señalemos cuando señalemos el principio). Al conocerse la Ley de Amnistía sacó a la gente a la calle con unos dj’s a desfogarla un poco. Se abrió el refresco, se dejó salir el gas —no había mucho, un par de domingos bastaron— y vuelta a la normalidad.
El PP es el normalizador de lo que haga el PSOE, que a su vez normaliza a Bildu, ERC y las perversiones que lleguen por vía internacional. Lo dijo Sémper: naturalizar. Es el naturalizador.
Su parroquia ha aprendido a hacerse la tonta. Desde Rajoy se impuso un tono de desdeñosa inopia. No sólo no se enteran, ni se quieren enterar, es que lo hacen con orgullo y hasta como un marcador de clase. La derecha sociológica se «moderó» antes de que la moderaran. Mientras conservan lo que tienen y sube el precio de sus propiedades inmobiliarias, tratan de integrarse, ellos y sus hijos, en los flujos triunfantes del globalismo urbano cosmopolita, algo que no sólo pasa por adoptar el idioma inglés, el patriotismo azul de Bruselas y la ideología dominante de leyes físico-económicas; también, y cada vez más, el pack cultural e ideológico completo.
No estamos ante grandes despistados ni ante acomplejados (gran engaño del losantismo), estamos ante cínicos que deciden mirar a otro lado como hacen los camareros cuando sacan el datáfono, suprema imagen de la discreción que ha de acompañar al dinero.
Ahora que acaba el año, si miramos atrás vemos que todo adquiere una cierta coherencia. El PP nunca quiso ganar las elecciones. No con Vox. Estaría encantado de haberlas ganado con mayoría absoluta, convenciendo al socialismo bueno de cruzar el río del centro (Río Grande), pero de no salir eso, y era probable que no saliera, estar en la oposición era mejor que la alternativa de un gobierno con VOX. Una gran coalición de derechas no le interesaba y por eso contribuyó a socavar el discurso y posición de Abascal con las habituales concesiones a la estigmatización. No se cerraba del todo la puerta al pactismo menor, regional, pero se iba erosionando al socio potencial porque crear una alternativa española de derechas nunca fue la idea. Un gobierno con Abascal no podría pactar nunca un nuevo estatuto nacionalista con Cataluña, ni rendir nuevas servidumbres al PNV. Eso no era posible con Vox y como eso es lo que toca y la sensación es que toca desde hace tiempo, desde muy arriba y desde fuera —el PP es PP Europeo— había que ir dificultando esa posibilidad.
Si Sánchez mintió en campaña, Feijoo en cierto modo también. Las elecciones fueron un fraude político. El PP está y ha de estar de tocador de palmas, de colaborador, de naturalizador del confederalismo en la demencial sociedad madrileña y en la España Ulterior. El avioncito con el que meter la cucharada de jarabe al niño. Por supuesto, no podría hacer nada de esto en gobierno junto a Vox. Su papel, su utilidad mayor al Régimen (el 2.0 del 78, los años leticiescos) era estar donde está. Por eso los michavila boys, por eso esas portadas, por eso las semperadas, por eso no ir al debate, por eso dejar a Abascal sin Intermedio…
Esto lo digo más por observación que por información, lo digo, pues, cuñadísticamente, como un cuñado especialmente cargante que les hubiera tocado en la mesa en la cena del 31, un poco achispado ya y confidencial, y mientras se lo digo aprovecho para desearles un buen año 2024 y agradecerles la paciencia en el que acaba.
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