Corrida de homenaje, mixta, nocturna y de doblete en El Puerto. Homenaje a Fermín Bohorquez Escribano, a quien un representante de la empresa Serolo y el alcalde de El Puerto le entregan unos recuerdos. El acto lo presenta Bertín Osborne y el viejo jinete aparece en el ruedo montado en un soberbio caballo. Como continuación del homenaje, se anuncia el rejoneador Fermín Bohorquez Domecq, hijo del anterior. La corrida es nocturna a costa del doblete, ya que El Cid viene de torear en Huelva montado en un helicóptero y por eso hacen el paseíllo a las once de la noche. Como Guerrita, como Gallito, dos corridas en un día y una de ellas en El Puerto. El tercer actor es Enrique Ponce.
Se corrieron dos toros de rejones, despuntados, también de Fermín Bohorquez, y cuatro de lidia ordinaria que llevaban el hierro de Torrestrella. Toros de Cádiz, de Alcalá de los Gazules, de Medina Sidonia, de Chiclana, de Arcos de la Frontera en la Plaza Real de El Puerto de Santa María, casi un siglo y cuarto de toros nos contempla.
Uno se va a ver una corrida de Torrestrella con bastante prevención, todo hay que decirlo, y amoscado por la experiencia previa de las corridas que se han visto con anterioridad, pero afortunadamente el toro siempre trae sus sorpresas, y ayer tuvimos una y bien grata los que gustamos de los toros.
El primero de lidia ordinaria, Limpiaflores, número 74, salió con fuerza del chiquero, rematando en los burladeros. Se echó como un león a por el caballo que montaba José Palomares, que agarró un soberbio puyazo; el toro empujó lo suyo y se quedó aquerenciado en el penco, hasta que los peones lo consiguieron sacar. En banderillas apretó de lo lindo, siguiendo a los peones con viveza y con pies. Enrique Ponce principió su faena por bajo, templando mucho la embestida del toro con ese oficio que tiene el de Chiva y así se lo sacó al tercio. Ahí se acabó el toro. Uno de esos cambios inexplicables que se dan en los animales y que hizo que el bicho se parase. Parecía otro animal. Como dicen ahora los revistosos de forma tan graciosa ‘el toro se agarró al piso’, vamos, que no se movía y cuando lo hacía era cansinamente. Ponce se empeñó en sacar leche de esa alcuza y le fue robando muletazos de poco encaje sobre la base de su esmerado temple. El animal se fue hacia tablas y ahí lo intentó matar el de Chiva, sin que el bicho se parase: un metisaca a paso de banderillas junto a los tableros le hizo pararse y luego un pinchazo y una estocada baja acabaron con la vida del Limpiaflores.
El primero de El Cid, Espumado, número 57, fue el clásico toro colaboracionista al uso. Lo bregó con suficiencia Alcalareño y lo banderilleó con agilidad y gracia Boni. Manuel Cid presentó una faena muy contemporánea y de muy poco compromiso, con series de suerte descargada en las que hace moverse al toro en viajes muy largos y en los que no le quebranta, que parece que es lo que ahora le encanta al público; dos pases de pecho de gran verdad, su clásico adorno afarolado para rematar una serie y, ¡oh tiempos!, el circular invertido. Faena jaleada a base de ¡Bieeeen!, que resplandece justo en su final cuando presenta el medio pecho y engarza tres soberbios naturales sin ceder la posición al toro. Lo mata de estocada entera y desprendida.
El segundo de Ponce, Malauva, número 42, es un toro encastado que engaña. Los Tejero lo banderillean con arte. Demanda el toro mucho más toreo del que parece y poco a poco se va haciendo con la situación. Por una vez la muleta de Ponce no está a la altura, el toro va ganando los diversos asaltos y en ningún caso consigue que el animal se entregue. Acaso Enrique Ponce no quiere hacer el esfuerzo de romper al toro a base de cruzarse, a las horas que son, o acaso piensa que con insistencia va a hacer imperar su visión de toreo light y domesticador, pero el hecho es que el animal está por encima del torero, no se entrega en ningún momento y la sensación cuando el Sabio de Chiva se perfila para matar es de que el vencedor a los puntos ha sido el toro. Lo tumba con una estocada trasera y desprendida.
El segundo de El Cid, Cantebajo, número 105, arrolla al torero cuando le recibe por verónicas ganándole el terreno; en una de ellas por el pitón derecho le voltea dándole un formidable porrazo. Boni brega a ese toro con la maestría de los antiguos peones, Magritas, Michelín, Montoliú, Martín Recio, ¡qué sé yo! Capote abajo, sacándolo por la pala del pitón, ni un enganchón, ahormando la embestida, castigando al toro sin una violencia, todo firmeza, mando y torería. Boni tiene que trabajar con el toro mientras lo prepara para banderillas, fijándolo y haciéndose con él. Alcalareño deja un soberbio par de banderillas y Cid pide el cambio con dos pares en los lomos del bicho. Brinda al público y le plantea a Cantebajo una formidable faena en la que traga lo indecible teniendo en cuenta la violencia en la embestida del toro y las coladas por el pitón izquierdo. El Cid se echa la muleta a la izquierda y ahí le engancha los muletazos mandones aguantando las tarascadas del animal con la firmeza de su brazo, con entrega y con torería. Faena totalmente de Interior, nada cultural, de una gran intensidad dadas las condiciones tan agresivas del toro y la irreductible decisión de Manuel Cid de vencer en esa pugna. Terminó con el abaniqueo de Antonio Bienvenida. Como le suele pasar a este torero en sus grandes momentos, falló con la espada; para el aficionado dejó un faenón muy alejado de los remilgos, posturitas y nonadas en los que se desenvuelve la mayor parte del toreo contemporáneo. Una joya hallada en el estercolero.
Para quien quiera verlos, hoy van a El Puerto los culturetas, Morante a escacharrar relojes y Manzanares a dárselas de tío bueno. No hay toros de verdad en la Plaza Real hasta el día 14, con una de Cebada Gago. Hasta ese día no volveremos, la Cultura la dejaremos para los Museos y las Academias.