Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cada generación es convertida por el santo que más la contradice.
Es la conclusión a que llegó Chesterton después de trajinar con las vidas de Tomás de Aquino y Francisco de Asís.
En España ese santo, hoy, es Javi Poves.
Cabreado, pero santo.
–En vez de tanto 15-M y tanta h..., lo que hay que hacer es ir a los bancos y quemarlos, cortar cabezas. Así de claro. La suerte de esta parte del mundo es la desgracia del resto.
Es la voz de Javi Poves, que lo ha dejado todo (fútbol, nómina y automóvil) por luchar contra la “sinjusticia”, que es una cosa de España.
–Adonde la azucena / lucía y el clavel, do el rojo trigo, / reina agora la avena, / la grama, el enemigo / cardo, la sinjusticia, el falso amigo... –escribió escribió Fray Luis.
La injusticia es concreta y pasa. La sinjusticia es vaga y queda.
Contra la sinjusticia se alzan como torres de coraje Francisco de Borja, impresionado por el cadáver de la emperatriz; o Ignacio de Loyola, herido en la defensa de Pamplona; o Javi Poves, a quien una modesta nómina en el Sporting impulsa a despreciar las vanidades del mundo. ¿A dónde habría llegado Javi Poves en el siglo de Trento?
Qué ejemplo, el de Javi Poves, para Kaká: dejarlo todo (nómina incluida) y seguir a una voz que te lleva, te lleva y te lleva. Porque el fútbol tampoco ha dado muchos tipos así. Dicen que Oleguer (“Ulagá”, decían los radiofonistas y locutores de TV), pero Oleguer no devolvió una nómina en su vida: le habían enseñado a topar contra España, y eso hacía. En cambio, con Javi Poves estamos ante un santo de los de toda la vida. Tenía una pelota para evitar que le impusieran la derrota como destino, y la ha sacado de su vida de un voleón.
Desde luego, el gamberrismo golpista de los indignados de Dans, Castells y Punset en el teatrillo de títeres de Rubalcaba tiene poco que ver con el misticismo laico de Javi Poves, que los malvados achacan a la “poción mágica” de Astérix.
El gamberrismo es la cultura hegemónica en España, que al revivir y prolongar la adolescencia se escaquea de coger al toro por los cuernos. El gamberrismo asoma en todos los detalles: en esa negativa del ministro Sebastián a ponerse una corbata, porque a él a demócrata no le gana nadie; en esa sentencia de un juez canario que concede rango de domicilio a la quechua del indignado de turno; en ese macarra que arrebata el tricornio al guardia civil que custodia un ministerio...
La fuerza del gamberrismo cultural es de tal magnitud que ese vejestorio de la política que es Rubalcaba, cerebro del zapaterismo que ha arruinado moralmente a la nación, propone otorgarle sin urnas una representación política.
El zapaterismo consistió en arreglar el mundo con frases de camiseta, que son las únicas que entienden las generaciones intelectualmente destruidas por la educación de las leyes de Rubalcaba, que en su eternidad gubernamental lo mismo hace (ha hecho) de Alain (pero sin lecturas) que de Fraga (pero sin oposiciones). Materazzi en el juego electoral, la indignación golpista es el último conejo de su chistera, y quiere para ella un “status”. Que ponga a los perroflautas un grupo parlamentario, como hizo Franco con los saharauis...
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Abc
Cada generación es convertida por el santo que más la contradice.
Es la conclusión a que llegó Chesterton después de trajinar con las vidas de Tomás de Aquino y Francisco de Asís.
En España ese santo, hoy, es Javi Poves.
Cabreado, pero santo.
–En vez de tanto 15-M y tanta h..., lo que hay que hacer es ir a los bancos y quemarlos, cortar cabezas. Así de claro. La suerte de esta parte del mundo es la desgracia del resto.
Es la voz de Javi Poves, que lo ha dejado todo (fútbol, nómina y automóvil) por luchar contra la “sinjusticia”, que es una cosa de España.
–Adonde la azucena / lucía y el clavel, do el rojo trigo, / reina agora la avena, / la grama, el enemigo / cardo, la sinjusticia, el falso amigo... –escribió escribió Fray Luis.
La injusticia es concreta y pasa. La sinjusticia es vaga y queda.
Contra la sinjusticia se alzan como torres de coraje Francisco de Borja, impresionado por el cadáver de la emperatriz; o Ignacio de Loyola, herido en la defensa de Pamplona; o Javi Poves, a quien una modesta nómina en el Sporting impulsa a despreciar las vanidades del mundo. ¿A dónde habría llegado Javi Poves en el siglo de Trento?
Qué ejemplo, el de Javi Poves, para Kaká: dejarlo todo (nómina incluida) y seguir a una voz que te lleva, te lleva y te lleva. Porque el fútbol tampoco ha dado muchos tipos así. Dicen que Oleguer (“Ulagá”, decían los radiofonistas y locutores de TV), pero Oleguer no devolvió una nómina en su vida: le habían enseñado a topar contra España, y eso hacía. En cambio, con Javi Poves estamos ante un santo de los de toda la vida. Tenía una pelota para evitar que le impusieran la derrota como destino, y la ha sacado de su vida de un voleón.
Desde luego, el gamberrismo golpista de los indignados de Dans, Castells y Punset en el teatrillo de títeres de Rubalcaba tiene poco que ver con el misticismo laico de Javi Poves, que los malvados achacan a la “poción mágica” de Astérix.
El gamberrismo es la cultura hegemónica en España, que al revivir y prolongar la adolescencia se escaquea de coger al toro por los cuernos. El gamberrismo asoma en todos los detalles: en esa negativa del ministro Sebastián a ponerse una corbata, porque a él a demócrata no le gana nadie; en esa sentencia de un juez canario que concede rango de domicilio a la quechua del indignado de turno; en ese macarra que arrebata el tricornio al guardia civil que custodia un ministerio...
La fuerza del gamberrismo cultural es de tal magnitud que ese vejestorio de la política que es Rubalcaba, cerebro del zapaterismo que ha arruinado moralmente a la nación, propone otorgarle sin urnas una representación política.
El zapaterismo consistió en arreglar el mundo con frases de camiseta, que son las únicas que entienden las generaciones intelectualmente destruidas por la educación de las leyes de Rubalcaba, que en su eternidad gubernamental lo mismo hace (ha hecho) de Alain (pero sin lecturas) que de Fraga (pero sin oposiciones). Materazzi en el juego electoral, la indignación golpista es el último conejo de su chistera, y quiere para ella un “status”. Que ponga a los perroflautas un grupo parlamentario, como hizo Franco con los saharauis...
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