Gustavo Bueno
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cuantos más cines cierran en la calle, más tabarra dan con los Oscar en los medios. Y con la política ocurre otro tanto. Cuando Zetapé avanzó que con él alcanzaríamos a Alemania, la audiencia lo tomó a broma. Y ahí estamos: todas las conquistas del nacional socialismo en los años treinta son ya nuestras, a excepción del paro, pero porque carecemos de trenes para transportar a los parados a los campos de trabajo. Cristofobia, aborto al por mayor y esa compasión schopenhaueriana hacia los animales que llevó a Hitler a prohibir la caza del zorro en los heideggerianos claros del bosque porque “en el nuevo Reich no debe haber cabida para la crueldad con los animales”. El domingo hubo en Madrid una manifestación contra el aborto al por mayor, pero Hipatia de Benidorm ya ha advertido que nada ni nadie va a detener la gran conquista nacional socialista, porque la democracia está con ella. Hablamos de la democracia a la española, la de los jueces negociando y los policías chotando “por razón de Estado” con los enemigos del Estado. Explica Gustavo Bueno (“El fundamentalismo democrático”): ni siquiera es “el pueblo” el que a través de un referéndum es llamado para expresar una opinión promedio sobre la cuestión del aborto; son sus representantes quienes deciden por ellos. Es la corrupción de la democracia teórica por la partitocracia práctica en la que en realidad consiste. Lo que Zapatero entiende por democracia: el procedimiento de aprobación de leyes, cualesquiera que éstas sean, por la mayoría parlamentaria controlada por el Gobierno: “Mayoría obtenida por unos diputados que desconocen enteramente la naturaleza de la cuestión, que votan disciplinadamente como miembros rebañegos de listas cerradas y bloqueadas, y que en ningún caso representan ‘al pueblo’ que, todavía menos que ellos, conoce la diferencia entre una blástula, una márula y una gástrula.” Pero ¿a quién importan esos detalles, cuando lo que está en juego es alcanzar a Alemania?
