Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Mientras Gallardón se centrífuga en la M-30, Sebastián se abre al mundo como un jacinto en primavera, suponiendo que sea en primavera cuando se abren los jacintos, que no lo sé. Sólo sé que el espectáculo más triste que ofrecía Madrid era el de no ofrecer espectáculo alguno interesante, hasta que llegó Sebastián. A Sebastián le ha tocado desempeñar en Madrid el papel que en Wisteria Lane desempeña Michael Delfino. Y se nota. Es un seductor. Y un cosmopolita. Su jefe, Rodríguez, lo sabe, y no escatima en medios para que gane. Una sede palaciega para el Cervantes, una Casa Árabe y un Centro por la Paz son sus regalos. ¿Qué más podía esperar del socialismo Madrid? El Cervantes está muy bien –¡menuda caja fuerte tiene!– porque los planes financieros de Sebastián en el Ayuntamiento son recuperar lo que se pierda en la retirada de parquímetros con lo que se gane en las clases de español en la capital. El español, como se sabe, está perseguido en toda España. Lo que pasa es que el que quiere salir de España no tiene más remedio que hablar español, y para aprender el español hay que venir a Madrid, donde el Cervantes se encarga de satisfacer esa demanda. Los “intermoneys” de Sebastián llaman a este fenómeno “turismo idiomático”, y en Barcelona deben de estar como locos por que gane Sebastián. Ahí es nada: aprender español y en la antigua sede de un gran banco, que es la sede del nuevo Cervantes. ¿Qué decir de la Casa Árabe? Al rumor de sus fuentes, Gema Martín Muñoz podrá verter al árabe las traducciones del árabe de Emilio García Gómez, y Zerolo, sinalefear los mensajes de Zawahiri que hablan de pisar pronto con los pies puros sobre el usurpado Al Andalus. Mucho han de torcerse las cosas (que Simancas, por ejemplo, no logre echar de Telemadrid a Dragó) para que sobre el consistorio de Sebastián no derrame Suecia las golosinas de la piñata del Nobel que adorna la memoria de Arafat. ¡Paz! Un Centro por la Paz que quite el hipo a los poetas de Al Andalus, con misses por todas partes pidiendo paz para el mundo, timbas de funcionarios de la Onu cuyas ganancias se destinarán a combatir las guerras, además de un palomar en lo alto para la suelta emblemática de torcaces que ya, ya.

