viernes, 1 de agosto de 2025

Segunda corrida de toros de la temporada veraniega. Toros de otra época ("los miuras de Salamanca") para una corrida moderna. Pepe Campos



PEPE CAMPOS


Plaza de toros de Las Ventas, Madrid.


Jueves, 31 de julio de 2025. Segunda corrida de toros de la temporada veraniega de 2025. Encierro manso, duro y exigente de Juan Luis Fraile. Sin llegar a la media entrada. Tarde calurosa, pero menos, del verano madrileño.


Cinco toros de Juan Luis Fraile (encaste Graciliano), bien presentados, astifinos, abiertos, acucharados (primero y tercero), cornivueltos (segundo y sexto), largos, bajos (menos tercero y sexto), tres cinqueños (primero, que fue sobrero; segundo y quinto), algunos flojos, abantos y mansos. Un sobrero que hizo cuarto de Guadajira, cinqueño, castaño, muy serio, pitado en el arrastre. Los Fraile, fueron silenciados, menos primero y segundo pitados.


Terna: Rubén Pinar, de Tobarra (Albacete), de burdeos y oro; dieciséis años de alternativa; cuatro festejos en 2024; silencio y silencio. Rafael Cerro, de Navalmoral de la Mata (Cáceres), de blanco y oro; once años de alternativa; un festejo en 2024; silencio y saludos con protestas. Raúl Rivera, de Yeles (Toledo), de verde botella y oro, con cabos blancos; diez años de alternativa; ningún festejo en 2024; silencio y silencio. Raúl Rivera confirmaba la alternativa.


Suerte de varas. Picadores: Primer toro —Ramón Flores—, primera vara, con astado puesto en suerte, colocación del hierro trasero, el picador le propinó metisaca y el toro sale suelto; segunda vara, picotazo trasero, el toro se acuesta y sale suelto. Segundo toro —Agustín Moreno—, primera, en suerte, detrás de la cruz, con metisaca y sale suelto; segunda, en suerte, metisaca, machacándole, sale suelto y pierde las manos; tercera vara, en suerte, el picador se va a por el toro, detrás de la cruz y sale suelto. Tercer toro —Teo Caballero—, primera, en suerte, de largo, trasera, metisaca, le da fuerte y sale suelto; segunda, en suerte, el toro va de largo, trasera y caída, con metisaca, sale suelto; tercera, en suerte, trasera y caída, se repucha y sale suelto. Cuarto toro —Cristian Romero—, la primera, en suerte, el toro empuja y le da, sale suelto y tambaleado; la segunda, en suerte, trasera y caída, le barrena, le tapa la salida, el toro se acuesta y sale al capote. Quinto toro —Daniel López—, primera, en suerte, bien cogido, le pega y sale suelto; segunda, sin estar en suerte, detrás de la cruz, le pega metisaca y sale suelto. Sexto toro —Félix Majada—, primera, sin estar en suerte, rectifica, caída y sale suelto; segunda, en suerte, trasera y caída, se acuesta y sale suelto.


El tiempo pasa y no nos damos cuenta. Ayer en Madrid se lidiaron toros de un encaste ya mítico, que en esta línea primigenia llevaba mucho tiempo sin aparecer por Las Ventas. A los pocos años de iniciarse la historia de esta ganadería —Graciliano Pérez-Tabernero— se les llegó a nombrar como «los miuras de Salamanca», por su fiereza y cierta posible consanguinidad con este otro encaste histórico del ganado bravo. El encierro fue duro y difícil de torear —para los toreros— y de ver para los aficionados. Hubo tres toros con fuerza, poderío y nervio, con distintas características. El más notable fue el tercero, un precioso ejemplar, cinqueño, largo, alto, fino, que fue manso, pero que empujó en las dos primeras varas de las tres que tomó. Un señor toro que no se dejó en toda la lidia y en la muleta ofrecía peligro aunque también la oportunidad de consagración si un torero apostaba por jugarse la vida, pasando la raya del desafío. Puede que este torero hoy no exista y no lo decimos por demérito de quien lo mató, sino que había que estar muy toreado y muy puesto para superar las dificultades del burel que asustaba si pasaba cerca de la femoral. Me vino a la mente la pelea entre Bastonito y César Rincón. Eran otros tiempos. Ayer ese toro al que estamos aludiendo, de nombre alimenticio, «Macarrón», quedó inédito ante unas presumibles embestidas emocionantes detrás de la tela de la muleta. Los otros dos toros que pensamos fueron buenos se corrieron en quinto y sexto lugar. El quinto, algo distraído pero que después escondía un nervado recorrido tras sus acometidas que había que dominar. El sexto, degollado y acarnerado, mostró un pitón izquierdo consistente que pedía mando y firmeza en el pulso del muletazo. Ninguno de estos toros fue fácil, si bien quedaron inéditos por poseer un tipo de embestida perdida en el tiempo. De un tiempo que pasa y que se nos va.


Hemos defendido que se den corridas de toros en verano en Madrid. Ayer era la segunda del verano normalizado (dejamos fuera las que puedan entrar en el ciclo de los desafíos de septiembre), y queda, por lo tanto, una más para el quince de agosto —que por cierto la empresa de Madrid ha decidido que se lidie por la noche, algo que creemos es impropio para el significado taurino de esta señalada fecha en Las Ventas, pues viene a ser un dato que demuestra decadencia, desidia y ausencia de deseos—. No sabemos cómo se confeccionan los carteles y qué misterio se esconde detrás de la selección de los toreros que hacen el paseíllo en el breve verano taurino madrileño. Muy buenos toreros, más rodados, podían lidiar estas corridas. De ayer noche —sin desmerecer, no es el propósito de este apunte— entre los tres matadores habían sumado cinco festejos en 2024 y ninguno de ellos tenía apoderado. Así, ante un encaste tan exigente —como finalmente se comportó en el ruedo— como los «gracilianos» de Juan Luis Fraile estar bien ante ellos se nos presenta como un milagro, pues realmente se necesitaban matadores de toros versados —por torear lo suficientemente— y que no tuvieran «enmohecidas las lanzas», como suele ocurrir por el paso del tiempo —cuando se está alejado de una labor— que sólo aporta el desuso y la llegada de polvo. Los toros de Juan Luis Fraile anoche requerían mando y dominio, trazos firmes en el manejo de los engaños, haber comenzado la labor de las faenas por bajo, con sometimiento y enseñando el camino de largas embestidas que eran fieras —con toda la dificultad y emoción que eso conlleva—; aparte dejamos las dificultades entrevistas por la renuencia propia de toros mansos —remisos— y que se avisan cuando los engaños no guardan ni observan el arte de la conducción, que les lleve con ortodoxia por delante de la figura del torero y hacia atrás de su cuerpo, para seguir así en nuevos pases, aquellos que compongan una faena.


Nos sorprendió la mala noche de Rubén Pinar, pues aunque ha perdido el hilo de tener muchas actuaciones, sí posee experiencia y conocimiento. No fue su noche. No quiso ver a ninguno de sus oponentes. Cierto que en las lidias quiso manejar las embestidas de sus dos toros empleando el capote con sentido lidiador al recibir a los toros y al llevarles al caballo. Aquí su primer toro recibió un castigo desmedido. Luego con la muleta Pinar se mostró muy desconfiado. Había que jugársela mucho ante un astado tardo y remiso, muy quedado; había que entrarle y llevarle, hacerle y aguantarle, y el torero de Tobarra decidió pasaportarlo inmediatamente mediante un bajonazo, tras un pinchazo en la suerte natural. En su segundo toro, un sobrero muy serio de Guadajira, que no deslució frente a los toros potables pero duros de Juan Luis Fraile, Rubén Pinar siguió la misma línea empleada ante su primer astado, la de castigarlo desmedidamente en el caballo, para después ir directo a una estocada caída en la suerte contraria, más tres descabellos.


Rafael Cerro, tuvo el mejor lote, complicado, sí, pero con la miga de disponer de la acometividad fiera —una fiereza auténtica y antigua— que si se domeña por parte del matador correspondiente, le conduce al triunfo sonado. Su primer toro la poseía con creces. Un cinqueño con toda la barba. Ante ello Cerro, con la muleta retrasada, le planteó una pelea aparente, pues nunca se pasó al toro por delante. Era un toro que demandaba ser ahormado y no lo fue. Que pedía estar muy firme y no precauciones en exceso. Cerro se tapó, pero no arriesgó porque lo que venía tras las embestidas no se sabía qué era —en una situación de falta de experiencia o no estar toreado— si no surgía la destreza y la maestría. Lo mató en la suerte natural de media estocada baja, tras tres pinchazos. A su segundo toro, otro cinqueño, también duro y con posibilidades, hizo lo que pudo y no le cogió el temple. Cuando el toro pasó, en los pocos pases netos que existieron, demostró embestida vigorosa y un deje de peligro, si no se tenían las armas de mando imprescindibles para someterle por bajo, con más chance por el pitón derecho. Finalmente lo mató de un bajonazo atravesado en la suerte natural.


Raúl Rivera, confirmó la alternativa —después de casi once años—. Su primer toro tenía poca fuerza pero pasaba con temple. A Rivera le faltó mando y suavidad. El toro le comía el terreno y se le revolvía pasada la primera fase de la faena, y ya, a continuación, dejó de pasar. Había que aguantarle, pero Rivera no pudo con el toro, al que mata tras faena breve, de un bajonazo enhebrado en la suerte contraria y otra estocada baja saliéndose. En el sexto toro que tenía un buen pitón izquierdo, Rivera se dedicó a recortar al toro, no decidiéndose por el pitón bueno. En el centro de la faena el toro se revolvía y el torero recortaba. Mató en la suerte contraria de estocada baja tomada de lejos, tras dos pinchazos.


Hay que destacar las lidias extraordinarias, por su seguridad y mando, y la ejecución en banderillas, por asomarse al balcón, de Iván García que ahora mismo es un torero en plenitud y en toda la extensión de la palabra.