Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El liberalismo era el fin de la historia (Fukuyama), y el fin de la historia parece ser la guerra nuclear con la que, en aras del Nobel de la Paz, coquetean Trump y sus muchachos: Lindsey Graham y Bill Browder por la parte civil, y por la militar, Christopher Donahue, al lado de los cuales John Bolton es Lanza del Vasto, fundador de El Arca.
–Esperamos el tiro de gracia europeo –nos dejó dicho Muray–. Ya no debería tardar demasiado.
La arrogancia es la marca del Imperio, que perderá la tercera guerra mundial, según Popper, porque elige a sus generales por su CI. Douglas Macgregor recuerda oportunamente la anécdota del general Leslie R. Groves, jefe del Proyecto Manhattan, que tarifó con Eisenhower por su falta de sensibilidad (quería alfombrar Japón de hongos nucleares), cuando, rodeado de generales, dijo que la bomba atómica no era un arma militar, sino política, y que debía estar siempre en manos de civiles, con lo que todos estuvieron de acuerdo.
–Hace un par de años teníamos a un almirante hablando de pelear y ganar una guerra nuclear –dice Macgregor–. Ahora tenemos a Donahue.
Donahue, que recibió su cuarta estrella por su arquitectura de la épica huida americana de Afganistán, fue el cerebro de la contraofensiva ucraniana en el Dniéper, y su fanfarronería trumpiana (¡oh, qué “astucia de la Historia” tan hegeliana!) lo lleva a declarar en la prensa que él y su Otan tienen “el poder de fuego y la capacidad para invadir la región rusa de Kaliningrado en cuestión de días”, sin un Ike que le exija modales. Macgregor dice que un general que hiciera eso en Rusia caería accidentalmente de un séptimo piso en Moscú.
Militarones en los periódicos y civilones en los cuerpos de guardia. Según Galbraith, Truman no tuvo otra opción con la bomba atómica: “De haberse resistido, se habría enfrentado a fuerzas muy superiores al poder presidencial.” Galbraith habló un día en la Casa Blanca contra la guerra de Vietnam, y Johnson le contestó que bien podía agradecerle cómo estaban conteniendo a los generales: “No tienes idea de lo que harían si no estuviéramos aquí nosotros para pararlos.”
–No tienes idea de cuantísimos malos consejos he recibido en estos días –confesó JFK a Galbraith, hablando de la crisis de los misiles y de “los generales y liberales” que deseaban bombardear Cuba “y posiblemente más”, sin más apoyo para el presidente que el de su hermano Bob.
Preguntado en el Senado por los efectos, en muertos, “si nos metiésemos en una guerra nuclear”, el general James M. Gavin respondió en su día: “Varios centenares de millones, según la dirección en que soplase el viento”. En América, el primer día, sobre 150 millones, morirían 36. Para los “neocon”, una “victoria” –dirá Bertrand Russell–, “a condición de que el número de muertos rusos fuese todavía mayor”.
Más, como dijera T. S. Elliot, el mundo de los hombres vacíos no acaba con una explosión, sino con un suspiro.
[Viernes, 8 de Agosto]

