Contra los perros, todo vale –“Anything goes”, es el eslogan que resume el programa epistemológico de Gallardón en esta materia–, y el alcalde ha llegado a considerar en serio la posibilidad de identificar los zurutillos callejeros de los perros mediante la práctica de análisis del ácido desoxirribonucleico, una larga secuencia de cuatro bases que forma los cromosomas y codifica la información genética. En una palabra, DNA para los anglosajones, y para nosotros, ADN. El anuncio causó sensación: se quería dar una imagen de Ayuntamiento dotado de todos los adelantos, ¿y qué mayor ostentación que la de dar a entender que se dispone de científicos municipales incluso para estudiar el ácido desoxirribonucleico alojado en los zurutillos callejeros de los perros? Siempre se ha dicho que al perro, para ser el mejor amigo del hombre, sólo le falta prestar dinero. Bien, pues en Madrid, sólo con que prestara su ácido desoxirribonucleico a la causa de la recaudación municipal –detrás de todo ese aparato científico únicamente se esconde un nuevo sistema municipal de imposición de multas–, cualquier perro sería el mejor amigo del alcalde, que ya no sabe, el hombre, cómo extraer tributos para sus planes, después de haberse pasado ocho años en la Comunidad cortándole las uñas a la garra municipal. La ubre de los parquímetros tampoco da para más, y menos ahora, con los controladores en huelga, que invitan a aparcar. “Hoy es gratis”, se lee en las pegatinas con que han inutilizado las máquinas. ¿Que quiénes son ellos para invitar a un servicio público? Pues... ¡los controladores! Para hacer de tábanos de Io, los griegos tenían a los filósofos y nosotros tenemos a los controladores: ellos clavan su oviducto en nuestros bolsillos y nosotros nos agitamos espoleados por la picadura, manteniéndonos lo bastante despejados como para pensar en arbitrios nuevos, como ése de clasificar las deposiciones de los cánidos. Los lectores anteriores al bachiller socialista habrán oído hablar del perro de Pavlov. Pavlov era un señor...

