martes, 26 de agosto de 2025

El Jarama


Río Jarama, Coslada


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Como esos progres gerundios que se tutean con Dios, cuyo nombre, por cierto, escriben con minúscula (mayúscula para las cosas grandes, minúscula para las cosas pequeñas, enseñaba el hijo de Antón Zotes), y luego echan la Semana Santa oyendo a Bach con ojos blancos como bolitas de alcanfor, tenía uno la ilusión de un agosto descuidado para releer “El Jarama” de Ferlosio, única novela digna de consideración en la literatura española de más de un siglo, con su domingo de agosto de 1950, su merendero, su presa, su luna llena y su chica muerta. “Novela fetiche del antifranquismo”, tiene dicho algún idiota, gloriosamente resumida por el censor del franquismo Javier Dieta Pérez en su informe al mando: “Un domingo a orillas del Jarama. Allí va un grupo de madrileños a remojar su tedio y aburrimiento veraniego… La novela se detiene en la descripción –realísima– de esas diez horas que los excursionistas pasan a orillas del río. El aburrimiento se rompe con la tragedia. Una de las chicas se ahoga. No hay más… Ahí debe estar el valor de la novela. Abundan los tacos [tres, en casi quinientos folios], que no considero suprimibles, aunque me parecen de muy mal gusto. Procede su autorización”. La novela obtuvo el Nadal y un montón de ediciones.


El río éste lo que es muy traicionero. Todos los años se lleva alguno por delante.


Y siempre de Madrid. La cosa: tiene que ser de Madrid; los otros no le gustan. Parece como que la tuviera con los madrileños.


Lo que les pasa, insiste el personaje, es que aprenden a nadar en las piscinas, y luego se vienen a nadar al Jarama, y lo que no saben es que las aguas de este río tienen manos y uñas, como los bichos.


La primera filosofía “potámica” de la Historia, según Fueyo, fue la del señor Yen, un chino del siglo cuarto antes de Cristo, que explica el devenir del mundo por el curso de cuatro grandes ríos de distintos colores que desembocan en los cuatro mares, mientras que el quinto circunda con sus aguas amarillas la montaña sublime de Kunlung, donde se gobierna el mundo.


Ferlosio localiza con nombres propios la muerte de Lucita en el Jarama, con su traje de baño de lana negra, como Quevedo en su soneto a la muerte del duque de Osuna con solos nombres de ríos, pero utilizándolos, dice Pemán, en una función casi mitológica, como expresión de la Europa que llora la muerte del prócer: “La Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio”.

 

Y la gente que viene; cada año viene más. Y nosotros, en cambio, vaya facha de río. Vaya un Manzanares más ridículo, que parece una palangana, con esa agua tan marrana que trae, que es la vergüenza de un Madrid.


Pues creo que ahora lo van a poner mejor.


Ca. Ese río no lo arregla ni el mismísimo Churchill que lo pusieran de alcalde de Madrid, con todo el talento que le dan en la Prensa a ese señor.


Todo sería cuestión de perras.


[Martes, 19 de Agosto]