viernes, 8 de agosto de 2025

Un cementerio


Dostoyevski


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Lo del Fútbol Club Barcelona con su portero Ter Stegen, dejándolo sin dorsal con la cosa de una operación de espalda, es el primer feo europeo a un alemán desde 1945. Los alemanes son gente de milagros (Schmitt contaba el milagro del “marco-seguro” del 23; después el milagro de la toma de poder del 33; y después el milagro económico del 50, a lo que habría que añadir el milagro de la reunificación del 90 a cambio de la promesa de no estirar el chicle de la Otan hacia Rusia), y la gente que hace milagros cae bien.


Alemania, ese pueblo grande, orgulloso y peculiar, jamás hubiera querido unirse con el mundo occidental, ni en sus destinos ni en sus principios –opinaba Dostoyevski.


De hecho, en cuanto tiene ocasión, Alemania tira hacia el Oriente. A la estepa antes que al océano. En el 41 se fue por Rusia porque los rusos creían poco en Dios, y ahora se quiere ir por Rusia porque los rusos creen mucho en Dios. ¿Cómo va a levantar Merz un Sexto Ejército como el de Paulus? La socialdemocracia no produce guerreros, y la Bundeswehr no parece la Wehrmacht. Según un ex inspector de armas de la Onu, para tener hoy un ejército viable hay que contar con medio millón de tíos jóvenes, físicamente aptos, dispuestos a comer barro, a marchar cuarenta kilómetros con cuarenta kilos a la espalda y a clavar una bayoneta en la garganta del enemigo. Cree que la sociedad moderna sólo produce chicos atados a una silla, con mala circulación. Verlos en el campo de instrucción, en formación, todos gordos, se le hace una broma; le parece ver un campamento de verano para perder peso. Europa no cuenta. Y, como diría un nietzscheano, el desierto crece.


Se le encogía a uno el “Zeitgeist” con la escena de Trump con Merz en la Casa Blanca. El americano domina el lenguaje mafioso de Nueva York, y chanceaba ante el canciller alemán con la derrota nazi y la voladura del Nord Stream correspondido con la sumisión ovejuna de Merz, tan lejos del patriotismo de nuestro marqués de Vellisca, Juan Pablo Lojendio, embajador de España en Cuba, cuando un día de enero de 1960 irrumpió en un estudio de TV en La Habana para hacerle objeciones al mismísimo Fidel Castro, que había acusado al gobierno español de ayudar a los contrarrevolucionarios.


El rasgo característico de los alemanes, decía Dostoyevski, es protestar, y, sin embargo, han entregado su economía (“el gas caro es más económico que el gas barato”, según las cuentas de la doctora Von der Leyen) sin levantar una ceja, en pleno reemplazo demográfico y religioso.


Quiero ir a Europa –leemos en “Los hermanos Karamazov–. Sé que sólo encontraré un cementerio, pero ¡qué cementerio más querido! Allí yacen difuntos ilustres; cada losa habla de una vida pasada ardorosa, de una fe apasionada en sus ideales… Sé de antemano que caeré al suelo y que besaré llorando esas piedras convencido de todo corazón de que todo aquello, desde hace tiempo, es ya un cementerio y nada más que un cementerio.


[Viernes, 1 de Agosto]