martes, 5 de agosto de 2025

Inocencias



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


En palabras del creador de la ciencia constitucional: “El pueblo lo forman aquellos que tienen que pagar a los nuevos estafadores. Ésa es la circulación de las elites y ésa es la identidad del pueblo”.


Y no pensamos en Rosie, ese engarnio lacado que en las capitulaciones de Escocia, con la legitimidad democrática de no haber sido votada por nadie, ha devuelto a América su Plan Marshall, básicamente material militar para la revancha francoalemana contra Rusia y gas, “más asequible y mejor que el de Rusia”, como le dijo Trump, el tipo que en Washington se jactó ante Merz, el Bismarck de BlackRock, de ser el responsable de la voladura del Nord Stream. En tanto que alemana hegeliana, Rosie sabe que la Historia es el desenvolvimiento de la Idea, y aquí todo apunta a que la Idea la pone Kaja, la que se propone trocear Rusia como si fuera Yugoslavia o España, y cree que a la quinta (polacos del XVI, suecos del XVII, franceses del XIX y alemanes del XX), con los “willys” gringos a todo gas licuado, será la vencida, cubiertos como estamos por el paraguas nuclear de Starmer y Macron, dos cómicos de la legua que tendrían que recurrir a Amazon, si quisieran enviar con garantías un cohete a la estepa rusa.


Pero, al hablar de elites, hablamos de las que mandan de veras, las que, al decir de Tucker Carlson, realizan rituales demoníacos a cambio de poder: “No se trata de sexo. Es algo espiritual... Es la emoción de destruir la inocencia. Y ésa es la definición del mal”.


A Edgar Wind, historiador del arte especializado en los símbolos del Renacimiento, debemos un apunte de la inocencia política en su niño de diez años que promete a una niña mayor que él amarla sólo con el pensamiento (“un amour purement cerebral”); se pasa horas asomado a la ventana para verla pasar; vive en un trance. Hasta que un día habla con ella y sobreviene la crisis, ya que percibe el contraste entre la perfección de su sueño y la imperfección de su experiencia. Finalmente, se tira por la ventana y la caída lo deja idiota. La chica insiste en vivir con él, pero muere sin haber logrado que él la reconozca. La moraleja de la historia, para Wind, es que la niña simboliza la vida: “La soñamos y la amamos por soñarla”. Mas lo único que no se debe hacer es intentar vivirla; si no, como el niño, se cae en la necedad. Esto no sucede súbitamente, pues en la vida todo se degrada por matices imperceptibles. Y así, al cabo de diez años, uno vive como un buey, sólo para la hierba que puede comer en el momento.


“Spectacle ridicule et terrible” fue para Tocqueville ver la seguridad e incapacidad para percibir las cosas con que hablaban los ricos del “Ancien Régime” sobre “la mansedumbre e inocencia del pueblo” cuando 1793 estaba creciendo ya bajo sus pies.


La inocencia, para Muray, entraña la incapacidad de comprender por qué el enemigo está resentido con nosotros hasta tal punto: “¿Cómo pueden hacernos esto?”, se preguntaron los americanos.


[Martes, 29 de Julio]