Dionisio Ridruejo
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
No se lleven ustedes a engaño: Madrid no se va a inaugurar hasta que pase el último cura de la crisis. Nadie sabe si lo verá esta generación. Mientras tanto, siguen las obras. ¿Para qué tanta obra, si no hay dinero? Hombre, tampoco se trata de ninguna obra realmente útil. En leguaje futbolero podría decirse que lo que el Estado hace con esas obras es calentar la banda, por si un día hicieran falta. El músculo financiero del plan se aplica principalmente a las aceras. Una acera es como la linde del tonto, personaje con el que nuestro sistema político acostumbra mostrarse sensible. Steiner, el ídolo de Vicent al que nunca ha leído Vicent, tiene la bonita idea de que Europa se ha construido paseando, pero yo no creo que para pasear se necesite de una acera. ¿Qué diríamos, entonces, del Camino de Santiago? Cuando acaben en Madrid con los miles de kilómetros de acera que se han propuesto levantar Zapatero y Gallardón, podrían volcarse en poner bordillos en el Camino de Santiago, aprovechando que este año van a tener libre la vía, desviados los peregrinos de su ruta para marchar como locos a Pontevedra para ver al Emo de Galapagar (el “trade marketing” propio del negocio ya habla de colas ingentes de extranjeros rarísimos que empeñan su cachaba y su vieira por una entrada en la rutilante feria de la Peregrina). “Ande, ande, que es muy bueno”, le dice el médico al parado que se le queja de un pinchazo en el muslo. Andar es muy bueno, pero él va en un 4 x 4, que no sé si se dice así, y lo aparca sobre la acera. Gallardón está petando de aceras Madrid para que aparquen los 4 x 4 de los médicos que recomiendan andar a sus pacientes, que son los parados. ¿Cuántos miles de kilómetros de acera hacen falta para poner a andar a casi cinco millones de parados? Aceras para los parados de Zapatero y bicis para los obreros que hacen el carril-bici de Gallardón, el viejo sueño de Franco –los obreros en bici, no Gallardón–, como le confesó a Ridruejo.

