sábado, 23 de agosto de 2025

Desnudos

Nuria Espert


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Ruano refiere como un extraño recuerdo de sus paseatas madrileñas el de una muchacha joven y extraordinariamente bonita que vivía en un piso bajo, mejor un sótano, de la calle del Rollo, en aquel dédalo urbano, escribe él, que discurre detrás del Ayuntamiento: “Una noche, pasando al azar por la calle y a través de una rendija de las persianas, la vimos por primera vez en el momento que estaba desnudándose. Volvimos a pasar hasta dos noches más, siempre a la misma hora, para verla, lo que conseguíamos con la extraordinaria emoción de lo clandestino. A la próxima noche, al mirar por el resquicio de las persianas de su ventana, la vimos muerta dentro de un ataúd. No puedo recordar exactamente si quien me acompañaba era Ramón Ledesma Miranda o el dibujante Manuel Redondo.” Eso refiere Ruano en sus “Memorias” a medias de unas paseatas madrileñas que mañana, cuando Gallardón haga suya la causa adanista de Clos, se habrán vuelto inimaginables. Clos es el alcalde socialista de Barcelona. Gallardón es el alcalde popular de Madrid. Y todo el mundo sabe que, como alcalde, Gallardón no hará nada que primero no haya hecho Clos. Como el francesismo de los portugueses, así el closismo de los gallardoneses. Se dice que todo es influencia de las Espert, que quieren sentirse en Madrid como si estuvieran en Barcelona, razón por la cual todos los madrileños dan por hecho que el adanismo barcelonés caerá sobre la capital, privándola de lo que Ruano llamó la extraordinaria emoción de lo clandestino. ¡Qué gran medida, para Barcelona, la de pasear coritos por la calle! Así la gente no gasta y, si son políticos, se ve lo que se llevan. Pero ¿y la fábrica de paños de los Rius? Cuando reparen en ese inconveniente, llamarán a Gallardón para que se haga cargo de esta eclosión del adanismo municipal. En la Biblioteca Nacional está Rosa Regás, que fue adanista con Franco, y no muy lejos andará Nuria Espert, cuyo adanismo dramático en el Monumental con el cuento de las “Divinas palabras” llenó de ingles celestes y corzas mellizas la grísea vida de la feligresía progre.