Ignacio Ruiz Quintano
Abc
España es un país, señor, donde en el siglo XVI se encontraba en un padrón esta partida: “Gonzalo de la Torre. Mendigo. Hijodalgo.” Cosa que emocionaba a Víctor de la Serna como se emocionó uno ayer al encontrarse en la frutería de “Supersol”, sobre el cajón de las cerezas picadas por los tordos urbanos, este cartel: “Prohibido comer. Gracias”. Con este eslogan, Gómez o La Trini hubieran resuelto las primarias del “sociolismo” o muerte, pero carecen de ocurrencias, y hasta un alcalde de pueblo les levanta los titulares del día sólo con tirarle los tejos a Esperanza Aguirre, que tiene un montón de rapsodas de guardia, y ninguno de ellos a la altura del alcalde de Serracines en capacidad expresiva. El alcalde enamorado de Serracines parece salido del “Entremés de los Alcaldes de Daganzo”, es decir, un Humillos, un Jarrete, un Berrocal o un Pedro Rana, que prometía que haría su vara de encina y de roble para que no se doblara “al dulce peso comedido”, y que, con los miserables que cayeran bajo su juicio, sería “parte severo y nada riguroso”, que eso es brújula moral, y no lo que se nos ofrece desde el regeneracionismo laico de la derechilla al calor del amor en un bar, que hay que estar muy puesto de todo para dedicarse hoy, no siendo cura, a pegar la brasa de la moral. ¿Quién es más moral, Gómez o La Trini? A los dos los puso Zapatero, y Gómez, no se olvide, llegó a Madrid diciendo: “Me gustaría para Madrid lo que Zapatero ha hecho por España.” Si Gómez ganara, ya no sería necesaria la prohibición de comer cerezas: simplemente, no habría cerezas. Y la campana voltearía pidiendo “un trozo de pan, una taza de caldo, para las hijas de Teresa de Jesús, que se mueren de hambre en el convento del Valle de los Laureles”. Moralmente, me quedo con ese alcalde enamorado de Serracines que fue paloma por querer ser gavilán, como Pablo Abraira.

