Konstantín Stanislavski
El debate religioso ya no se da entre religiones, sino entre los que creen que “creer” tiene algún valor y los demás. Eso decía ya Valéry, y en España el Servicio de Exclusivas Radiofónicas del gobierno acaba de anunciar, como un triunfo de la Ilustración setentayochista, que los españoles creen más en el cambio climático que en Dios (67 a 47 por ciento), y no se descarta que la encuesta la hayan hecho en la Conferencia Episcopal, cuyos miembros no parecen muy chestertonianos, pues sabrían que, cuando se deja de creer en Dios, ya no se puede creer en nada, y el problema es que entonces se puede creer en cualquier cosa.
Ortega, que es el Félix Rodríguez de la Fuente del pensamiento, distinguía entre idea, lo que se tiene, y creencia, donde se está. Las creencias no son ideas que tenemos, sino ideas que somos. Con las creencias propiamente no hacemos nada, sino que simplemente estamos en ellas; lo que los cursis llaman “estar en la creencia”. En las creencias “vivimos, nos movemos y somos”, en perpetuo régimen de excepción, o suspensión de la incredulidad.
Fustel de Coulanges cree que nada hay de más poderío en el alma que una creencia: una creencia es la obra de nuestro espíritu (informado por la TV de Javi Fortes y las tertulias del teatro chino de Manolita Chen), y no somos libres para modificarla a nuestro gusto. “Es humana y la creemos un dios. Es el efecto de nuestro poder y es más fuerte que nosotros. Si nos ordena obedecer, obedecemos; si nos prescribe deberes, nos sometemos”:
–Una antigua creencia ordenaba al hombre que honrase al antepasado; el culto del antepasado agrupó a la familia en torno del altar. De ahí la primera religión, las primeras oraciones, la primera idea del saber y la primera moral; de ahí también el establecimiento de la propiedad. Luego se engrandece la creencia y la asociación al mismo tiempo.
Lo que pasa nos lo cuenta Barzun, y es que el siglo XX necesitó una palabra nueva para recargar “creencia” con su significado pleno. Lo intentó, dice, Hemingway, en un libro sobre España: “No era algo en lo que él creía. Era su Creencia”. Sería la intención de algunos teólogos modernos al calificar la creencia de “interrupción de la fe”, pues creer implica un pensamiento “sobre” el objeto de la fe, distrayendo al espíritu de dejarse anegar por su realidad, lo que nos devuelve a San Agustín, que en la Ser les suena al hermano de Almodóvar.
Hemos vuelto al significado más amplio del término “religio” en la antigua Roma: cualquier obligación o devoción vinculante que estructure las relaciones sociales propias. W. T. Cavanaugh recuerda que un juez de distrito americano, Charles Brieant, dictaminó en 2001 que Alcohólicos Anónimos era una religión. Como nuestro cambio climático, cuyos primeros sacristanes son los cómicos del Método Stanislavski. El propio Stanislavski, al cabo de meses de lavado de cerebro, gustaba de acercarse a sus víctimas en los ensayos y decirles: “No te creo”.
[Viernes, 22 de Agosto]

