¿Qué es el Tiempo?
Hughes
Abc
Creo que fue en contestación a una periodista cuando Rajoy dijo la siguiente frase: “No conviene en ninguna faceta de la vida adelantar acontecimientos”. Le habían preguntado por la investidura, y contestó con ese tono pseudocastelarino, sentencioso -sentencioso del tipo agropecuario- y como remotamente inglés que gasta (el anglogalicismo de Cela, y esta vena anglopontevedresa de Rajoy son dos cosas horripilantes). Descubría, en un momento culminante, la coquetería de Rajoy, que existe, y además es abrumadora, además de una chulería que Aznar no hubiera ni soñado. Decir eso, con ese tono, en ese momento, es la culminación retórica del presidente. El tono paternalista de la frase da escalofríos, pero revela la posición en la que se siente cómodo: de figura consolidada y experta, experta hasta dar consejos, sobre una clase política de jóvenes e indocumentados. De catedrático en el instituto. Rajoy se ha quedado solo, generacionalmente solo, en un caso inaudito de canibalismo coetáneo. Se ha quedado como Alberto Closas en La Gran Familia, rodeado de yeyés en la oposición y de pollos en el partido.
En el PP fueron cayendo cabezas y ahora hay lo que hay siempre en España: un gineceo (¡machismo irredento!) y unos jóvenes más o menos eficientes y/o decorativos, que juntos en la foto hacen como de Regeneración. Son mujeres, pelotas y jóvenes (desde luego, un grupo soñado) sobre los que manda, alfa total, el presidente.
La alternativa es estremecedora, pues los jóvenes en la izquierda no llegan ni a revolucionarios.
Esa frase suya, de un absurdo completo (¿cómo que en la vida no pueden adelantarse acontecimientos? ¡Se cree Cronos este hombre! ¡Tiene complejo de reloj de cuco! ¡De árbitro! ¡De “marcador definitivo de horas” como el reloj del bolero!), esta frase paternalista y gratuita revelaba su interpretación del artículo 99 de la Constitución, aberrante hasta límites nacionalistas.
La Constitución se lee en España como si fuera el “Romancero Gitano”. Estas interpretaciones libérrimas son inquietantes, y lo último es que vengan del PP, que pareció siempre el partido de mayor sentido jurídico.
Rajoy es continuación digital de Aznar, que lo fue de Fraga, que lo fue de no digamos ya de quién. Es decir, es postfranquismo lineal, directo, biológico y vegetativo, y ha cambiado el partido como un calcetín antes de marcharse, y ahora pretende, con vacile monárquico incorporado, que rote todo el sistema político a su alrededor, con absolutismo de casino.
Parte del bloqueo viene de ahí: esto era una alternancia natural que se ha querido interrumpir, empezando por la propia renovación de un partido desnaturalizado.
Que la derecha no tenga voz alternativa a Rajoy explica cómo está el país. Su dominio del partido y el ejercicio del poder en funciones, imperturbable, parecen indicar que aquí las fuerzas y poderes no son equilibrados, autónomos y autorregenerables, sino más bien que el poder se extiende y se proyecta orgánicamente, piramidalmente, sin grandes oposiciones reales.
Rajoy no es que “mida los tiempos”, como dicen sus poetas, es que se ha empezado a creer su mismísima personificación. ¡Cronos pontevedrés! Cronos, por cierto, el devorador mitológico de generaciones, paralizador definitivo de la continuidad.