jueves, 10 de noviembre de 2016

Agnus Dei Qui Tollis... Epílogo tardío

Hassan Adam colgado de la valla de Melilla el 25.04.14


Jean Palette-Cazajus

(Sobre “El derecho a la felicidad europea”)


“Nací en una familia polígama. Éramos seis hijos. Mi padre trabajaba en el aeropuerto. Me lo pasé bien durante mi infancia. Los fines de semana me dejaban salir. Veía la tele, pero esto no me bastaba. Tenía amigos que bailaban el “Coupé- décalé”, el baile de moda en Costa de Marfil. Ellos podían viajar. De modo que al cabo del tiempo pensé que yo también me podía ir...”

“No nos falta de nada en Costa de Marfil , el problema es que hay poco curre, sobre todo para los futbolistas como yo. Yo jugaba en un club de Primera División, el Sabé de Bouna. Pero un día tuve una lesión en el maléolo y me aconsejaron que me fuera al extranjero a ver si conseguía otra oportunidad. Primero lo intenté en Burkina Fasso, pero no funcionó. Entonces pensé en ir a Francia pero no quise pedir un visado. Sabía que no me lo iban a conceder, que me iban a pedir documentos  que no podía proporcionar, certificados de alojamiento y cosas así. Entonces vendí mi PlayStation, mi lavadora y mi tele y elegí la ruta más barata, la que lleva a Melilla...”

A principios de septiembre, cometí media docena de textos encabezados  por el inicial latinajo litúrgico. La alusión al cordero redentor pretendía simbolizar el destino de la Europa actual. Una Europa considerada por buena parte parte del resto del mundo como una tierra de Jauja, milagrosa productora de riquezas sin fin y usurpada por pobladores que pretenden monopolizar, contra todo derecho, el milagroso maná. Expliqué cómo semejante rencor había sido exasperado por el advenimiento en nuestras sociedades de una ideología calificable de autoinmune, mediante el asentamiento en el fondo de las conciencias del definitivo complejo de culpabilidad poscolonial. Lo vehicula  hasta hoy el eterno discurso de los tartufos, un perezoso masoquismo  que no deja en ningún momento de ganguear la machacona cantilena de nuestra irredimible responsabilidad.

Achirou, sus 2 esposas y 10 de sus 14 hijos. "Vendrán más" promete...

En la primera entrega, citaba las instructivas palabras de un “subsahariano”  que había intentado saltar la verja de Melilla: “Yo también tengo derecho a Europa”. Casi por casualidad, he conseguido dar con el artículo que el diario Le Monde dedicara al incidente, el 28.11.2014. El protagonista era un joven marfileño, Hassan Adam, que cuenta su odisea y suyos son los párrafos iniciales del presente trabajo. Encaramado tres horas en la valla de Melilla, de la que se negaba a bajar, tuvo tiempo para dirigirse al enjambre de periodistas atraídos por el panal de rica miel de un incidente propicio a todos los excesos de la literatura autoflagelante. Inteligente, el protagonista supo dar con las palabras capaces de llegar certeras al corazón de la emotividad occidental. “Nosotros también tenemos derecho a la felicidad europea” fueron sus palabras exactas. La pequeña autobiografía esbozada por Hassan confirma punto por punto todos los elementos que, en su momento, intenté exponer para mostrar que la realidad no se correspondía exactamente con el rutinario discurso de la compasión. Por orden, en primer lugar, la mitificación y la ceguera habituales de los candidatos acerca de la realidad que los espera. Luego la confirmación del hecho, bien conocido por los sociólogos, de que no son los más pobres los que emigran. A continuación el papel cada vez más determinante de la presión demográfica sobre las crisis migratorias cuyos repuntes puntuales son las facetas de un solo problema exponencial. No por casualidad empieza nuestro amigo su relato evocando la poligamia familiar. Como es frecuente en África, no todas las esposas conviven bajo el mismo techo y los seis hijos citados se refieren exclusivamente a la madre del protagonista. 

En la mencionada serie intenté volver sobre el concepto de invasión. Traté de explicar que la definición simple y canónica -el sometimiento de un territorio y de una comunidad por una violencia a la vez exterior y superior-  no era suficiente. Tuve que violar un tabú ideológico, designar como invasores a quienes la inercia intelectual y la corrección política habían clasificado definitivamente como víctimas. Sobre todo porque la rutina ideológica seguía viendo individuos solitarios e indefensos donde había ahora comunidades sólidas e intransigentes. Hay invasión cuando la presencia de ciertos grupos o comunidades es, en el peor de los casos, contraria a la voluntad general; en el mejor, producto de la resignación más que de la aquiescencia. Creo que pocas cosas hay más instructivas que el caso de la valla de Melilla. En todos los casos conocidos, Melilla , Israel-Palestina, Estados Unidos-México, Hungría, la edificación de un muro escandaliza la ideología compasiva. Queda descartado sistemáticamente el punto de vista de los gobiernos legítimos, cuestionados, por primera vez en la historia, por cumplir con su obligación primordial, la de proteger sus territorios. 

China: "Por el bien de nuestro país, usen contraceptivos"

China: "Por el bien d nuestro pEn Melilla se ha representado en varias ocasiones una verdadera película obsidional. Hassan cuenta con pelos y señales la previa planificación “estratégica” y la ejecución de los asaltos a la valla. Muchas veces protagonizados por la comunidad más numerosa, la de los malienses que suelen movilizar a varios cientos de personas en cada ocasión. La palabra  que usan para designar los asaltos es “frappe”. En francés significa golpe, ataque. Todo suena a práctica bélica e invasiva. “El día de mi llegada hubo una intentona de 'frappe' sobre la valla. Yo sabía que no había posibilidades de éxito, pero me obligaron a participar. Por fas o por nefás. Es el reglamento de los ghettos. Tienes que acudir a la 'frappe'. Si no vas, serás acusado de traición o de chivato de la pasma.” Caso de enterarse los familiares de uno de los candidatos a Europa de su negativa a participar en un asalto, el susodicho recibe por teléfono, mail y redes sociales insultos y amenazas. “En mi caso, para que me dejaran en paz,  siempre les decía que todo iba sobre ruedas”. Cada expedicionario es el resultado de una inversión de la comunidad familiar, muchas veces producto de la rivalidad entre coesposas para granjearse, ellas y su prole,  la predilección del sultán. Detrás de la compasión aparece la sangrante degradación societal y la creciente dependencia migratoria.

Me preocupa la manera nada sencilla de definir la sustancia actual de nuestras viejas naciones, me preocupa el envite lanzado por su azarosa continuidad. Muchos apuestan, al contrario,  por su dilución en el sueño universalista. Son los feligreses del viejo mesianismo que nos ve cual ave Fénix de cuyas cenizas, nacerá una nueva humanidad heredera de nuestros valores y dispuesta a llevarlos al soñado cenit. La disyuntiva es fundamental. Los valores en juego son antagónicos. En puridad ninguna de las dos opciones puede prevalecerse de una superioridad moral. El problema es que la progresiva dilución de nuestras naciones de ningún modo está enfilando hacia el soñado universalismo. Al revés, las  afirmaciones autistas de tipo religioso y comunitario exudan puro odio y resentimiento frente a cualquier simbolismo occidental. Confrontada a la magnitud de un desafío migratorio que no quiere entender, la postura compasiva sólo propone la inercia miope de los afectos. Su cobardía moral le prohíbe todo acceso al rigor discursivo, a la dureza de las exigencias intelectuales que nos permiten acceder a la globalidad del problema y a la brutalidad de sus implicaciones futuras.

Sé lo que piensan algunos de los “compasivos” en su fuero interno: ciertamente estamos condenados, pero nuestra muerte será la de la rana metida en un cazo de agua tibia puesta a calentar, será progresiva e inconsciente. Son indiferentes a los números. Para situarnos, dimos los esenciales en el trabajo inicial. Añadiremos otros pocos. Los actuales 181 millones de nigerianos serán 400 dentro de 34 años. Los “reyes” son los 18,9 millones de nigerinos, no confundir, que serán, para la misma fecha, 68 millones. Aquí tenéis a Achirou, dos esposas y 14 hijos más los que vengan. El número de hijos es lo correcto, dice a Le Monde, sólo que el campo se le queda pequeño. De tener 230 millones de habitantes en 1950, África alcanzará los 2400 millones en 2050 ¡Diez veces más! Las cifras anonadan; la realidad de nuestro destino ya no está en nuestras manos y nunca más la volveremos a manejar. De modo que lo único que al cabo me interesa es la etiología de tanta ceguera.  Mi conclusión es que se confunden dos metafísicas teleológicas unidas por una misma incapacidad de interiorizar la realidad bioevolutiva del hombre. La primera es la religiosa tradicional; la segunda, su hija histórica, la de la izquierda teleológica. Tradicionalmente enfrentados, ambos tipos de mentes coinciden aquí en la misma y catastrófica disonancia cognitiva.

Karl Polanyi. La Gran Transformación (1944) una tesis esencial

Entre tales mentalidades cavernarias se reclutan quienes califican de estancamiento el civilizado equilibrio demográfico europeo, y de dinámica juvenil la proliferación de una humanidad de gorgojos. Dicen que el resultado será “positivo” para el aparato productivo. No lo dudo. La mercantilización de cualquier faceta de la cultura humana fue brote exclusivo del tronco occidental, nos explicó Karl Polanyi. Nos trajo ventajas exhorbitantes y metástasis letales hasta la médula de nuestros organismos. Todos sabemos que un día tras otro solemos enajenar nuestra dignidad. Con el ciudadano moderno el sistema chirría y no puede desarrollar todo su potencial. Por eso, nada como la proliferación reproductiva del animal humano para que el sistema productivo funcione a pleno rendimiento. Por mi parte, es absoluta mi convicción de que la incontinencia demográfica debería castigarse como un grave crimen contra la humanidad. La humanidad dueña de su demografía, y la que sigue, esclavizada por ella, no coinciden en el mismo grado de individuación de las conciencias. Si a la primera le toca además criar la prole, de la segunda sólo cabe hablar de cinismo y de parasitismo. La única posibilidad de sobrevivir a la catástrofe del número consistiría en un drástico aislamiento profiláctico. Pero hemos elegido definitivamente el destino del cordero litúrgico.

Stefan Zweig pensaba que Europa había muerto en 1914. Se suicidó en 1942 porque no pudo soportar la visión del cadáver matándose por segunda vez. Hoy, asumiremos que sólo somos nuestra propia posterioridad. Somos nuestro propio museo en construcción, ya terminado en algunos casos. Somos una versión lúdica y virtual de nuestra historia. No nos tomamos en serio y nadie nos toma en serio. Hemos delegado en los demás el cometido de determinar quiénes somos y cuáles son nuestras obligaciones. Así que las masas que esperan acceder a nuestro tentador parque temático nos suelen recordar hábilmente la obligación de acogerlas: “Por respeto a nuestros propios valores”. Valores que casualmente corresponden a sus intereses materiales más inmediatos. Así, por un tiempo, nuestra supervivencia será tolerada siempre y cuando siga garantizando la supervivencia de los demás.

Lección de vida
 Lecci