viernes, 18 de noviembre de 2016

Condescendencia


Hughes
Abc

La evacuación de emociones trumpianas del otro día tuvo alguna contestación sobre el relativismo, como la advertencia a quien quiere volver a cuestionar el Hecho y la Verdad. Eh, que eso está pasado de moda, venían a decirme.

Pero no iba yo tan lejos. Hablaba de algo más modesto.

La utilización del dato, estadística, índices, como elemento fundamental de la política. Porque lo primero que uno aprende cuando, por ejemplo, estudia economía es que los índices no son pacíficos, los indicadores, ni las cifras.

En Economía te enseñaban a superar las cifras. Ahora nos quieren encerrar en ellas. Leí estos días un artículo extraordinario de una escritora inglesa, Claire Fox. Era extraordinario de puro bueno, pero también porque era como encontrar por fin una voz amiga (alguna hay por aquí, mi gratitud).

¿Política posverdad? No sean tan condescendientes, así se titulaba.

Era maravilloso porque… ¡podía suscribirlo palabra por palabra! Más allá del narcisismo, reflejaba una sensación general. La de quien abominando del relativismo absoluto que cuestiona la verdad tampoco se siente cómodo con el cacareo actual de la post-verdad. Es algo… sospechoso. Uno se pone en guardia ante esas cosas.

Trump sería el apocalipsis de lo postfactual. Lo sabemos, nos lo repiten sin parar. Recordaba la autora que Hillary echó mano precisamente del “fact check” como herramienta. Herramienta fallida. Y no es casualidad que a España haya llegado como moda de cierto periodismo. Un periodismo de reducido margen ideológico, crédulo.

Sobre el asunto voy a seguir, por falta de tiempo, el mismo método que con mi esbozo trumpiano: la desatada verborrea sin orden.

En primer lugar, los datos e instrumentos estadísticos fallan, son manipulables y no son un “asunto cerrado”. Los datos además consagran la necesidad del “experto” que los interprete.

Los datos tienen una dimensión estática. Se acude a ellos, y esto lo dice muy bien la autora, con la expresión “los datos dicen”. Como a un oráculo. El futuro se nos aparece no como una conquista, sino como una proyección cuantitativa.

Vale que huyamos del relativismo, pero considerar que existe la Verdad es ingenuo, pueril, filosóficamente troglodita. La Verdad es, como mínimo, un asunto complejo. Y a lo mejor no se está superando, sino enriqueciendo.

No es una posverdad, es una complicación de la verdad, una verdad más compleja y heterogénea.

Fox dice algo estupendo. Cuando los expertos caricaturizan a los demás por haber sucumbido a sus emociones están aboliendo la necesidad de explicar esos sentimientos. Y es exactamente eso. A eso se trataba de llegar. El esfuerzo es analizar esas emociones. Por eso me gustó tanto.

La ira y la rabia, o el orgullo, son ingredientes necesarios del fascismo, claro, pero no sólo. No han de ser rechazados porque pueden ser el nervio de una actitud cívica. Por otro lado, los “expertos” y los factuales se liberan a sí mismos de la obligación retórica de dotar a su discurso de una emoción.

¡Tenía razón Clint Eastwood con lo de la generación “pussy! Pero no por cobardía, por blandura. Por falta de nervio. Y cuando Trump dijo “grab them by the pussy” no se refería a eso. Había que superar la blandura pussy.

Lo factual solamente es pussy. Es necesaria la emoción.

Los hechos no son razón, no son verdad. Son una parte de ello. Son huesos, partes de algo que ha de llenarse de piel, de músculos, de integrar en una teoría política y moral. Los hechos por si solos no son una explicación ni calman una necesidad. El énfasis en lo factual es reduccionista y miope. Los hechos no son razones, y las razones tampoco son una apelación.

Por otra parte, y para terminar, creo que en el caso de Trump ni siquiera se trata de eso. Trump no podía discutir los datos porque estaba en otra cosa. Otra cosa fabulosa, dado que tenía al mundo en contra. La alianza ideológica detrás de Trump impugnaba una matriz ideológica, un sistema filosófico, una red de términos y valores o contravalores. Encerrar eso en el dato, en la cifra, no era posible. Había que saltar a otro plano.

Por otra parte, y quizás merezca la pena insistir. El populismo americano no es algo del siglo XXI. Es una tradición política, incorporada especialmente por el Partido Republicano desde mediados del siglo XX. Sus huellas se encuentran en la campaña de Trump (incluso en la biografía de Trump). Pero el populismo norteamericano no es antisistema, es antiestablishment. El anti intelectualismo de Trump, su vigorosa vulgaridad extravagante es tan perfecta que sólo puede admirarse.

No es casualidad que de Trump se haya considerado su “appeal”. Es decir, y a la vez, su encanto y su apelación.