Hughes
Abc
Alguna vez, Steve Bannon ha utilizado la expresión “gut check”. Chequeo de agallas. Test de valor. Del “fact check” de Hillary al “gut check” de Bannon. No es mal resumen. Del nuevo Jefe de Estrategia de la Casa Blanca se ha dicho que es racista, misógino y supremacista. Se ha dicho en EEUU y ha sido rebotado en España, con esta especie de eco alpino. Hace unos días, en una televisión (no es difícil adivinar cuál) Bannon era llamado alternativamente supremacista, fascista y gilipollas.
Tras banalizar a Hitler, banalizan el supremacismo. Si Boko Haram no fuera negro sería lo siguiente. Pero quizás la siguiente comparación sean los cruzados.
Bannon es un personaje. Uno de los cerebros tras la revolución de Trump. El término no es gratuito. Bannon lleva hablando de revolución desde hace años. Estudió en la Harvard Business School, trabajó en Goldman Sachs, se dedicó al mundo financiero, luego mediático, y recibe royalties de Seinfeld, nada menos. Y es el impulsor de Breitbart, el medio revelación, la plataforma de la Alt Right. Es un medio combativo, duro, que bordea un lenguaje provocativo. Su símbolo es el honey badger, el tejón de miel. Y el tejón de miel, feroz y entrañable a la vez, es Bannon.
En una entrevista reciente en el “Hollywood Reporter” ha explicado lo que se intuía: la campaña electoral fue un prodigio. Bannon asume la tradicion populista americana. Desde siempre. Asume las connotaciones positivas del término (alejadas de la peste española). En España, en Europa, el populismo es, entre otras cosas, una herramienta de exlusión en el discurso: es la forma de expulsar del sistema a ciertas fórmulas, y de relegitimar a las restantes. Es la actualización del “nazi” o del “fascista”.
Pero en EEUU se asume una tradición populista. Hay cierto “lost in translation”, como con la palabra “liberal”.
Bannon es provocador. Antes de la hazaña de Trump, está la suya: liberarse, a costa de su imagen pública, del corsé del lenguaje político demócrata. Breitbart afronta los límites de la corrección política y los trata de conjurar sobrepasándolos. Provoca. Pero está nutrido por gays, judíos, y su editor en Londres es de origen musulmán. Mezclan juventud y capacidad informática con pasión, van a la yugular del discurso establecido (“liberal”, socialdemócrata, globalista…). Breitbart les permite decir lo que los medios no, ni siquiera la FOX de Murdoch. Bannon habla de “gut check”, y a las élites se refiere con un termino como “burbuja metrosexual”.
Bannon se ha definido como “nacionalista, no racista, nacionalista económico”. Y ha asumido triunfalmente el populismo americano, con una remisión directa a los años 30 y énfasis absoluto en el empleo a través de un millonario plan de inversiones en infraestructuras. Los años 30 más que la revolución de Reagan. Se trata (efectivamente) de un movimiento: una alianza heterogénea de nacionalistas económicos, populistas y conservadores (desde Pat Buchanan al Milo de Breitbart) que sobrepasa (sobrepasó) al Partido Republicano.
En 2014, Bannon hablaba de un movimiento fundado en el Tea Party. La globalización del Tea Party. Aludía al UKIP y al Frente Nacional francés. Es interesante pararse a matizar una cosa: no negaba sus aspectos rechazables, etinicistas, xenófobos. Pero suponía, daba por hecho, que se limarían, que irían moderándose o marginalizándose. A lo que aspiraba (e imaginamos aspira) era a un movimiento internacional de centro derecha que llegara a las clases medias y trabajadoras.
Bannon no lo ha dicho, pero casi: este movimiento encontró en Trump a su intérprete perfecto. Bannon ha valorado en él dos cosas: su talento intuitivo (y en esto no ha sido el único), y su capacidad oratoria. Lo considera uno de los más grandes oradores de los últimos tiempos. Sobrepasa el estilo perfecto, académico, de Obama, con otro de comunicación distinta, visceral y orientado al público “high school”. Bannon insistió en focalizar la campaña en esos rallies (que aquí no hemos visto, no nos han enseñado) de decenas de miles de personas.
Frente al Partido Demócrata y al GOP, Bannon y compañía vieron la escisión, la división americana. En sus entrevistas aludía a una falta de conexión absoluta, a un abismo real, entre dos países: el conectado a las terminales de la globalización, y el olvidado, interior, el lastre territorial. Es indudable que ellos acertaron y que Clinton no.
Bannon dio su visión del mundo en una entrevista en el Human Dignity Institute en 2014, recogida estos días por los medios estadounidenses. Tiene una visión política, pero antes una visión histórica. En ese marco, más o menos, podría introducirse el trumpismo. Y es interesante pararse a observarlo, porque no es una locura racista del KKK, es otra cosa. Para Bannon, el siglo XX fue una nueva Edad Media, y nosotros somos “hijos de la barbarie”. Tras la IIGM llegó la “Pax Americana” influida por un capitalismo ilustrado, enriquecido por los principios judeocristianos. Es decir, un capitalismo que se extendía popularmente, que llegaba al conjunto de la sociedad. Redistribuido. Esa es su visión.
La Pax Americana termina en los albores de lo que considera es una Gran Guerra contra el Islamismo Radical y aquí la idea de civilización es absolutamente presente. Bannon habla de Tours, de Viena, podría hacerlo de Granada, y apela (era un entorno religioso el de la charla) a una responsabilidad histórica frente al futuro: ¿Qué dirán de nosotros? ¿Qué dirán que hicimos? Bannon se aferra al humanismo cristiano y a la idea de legado y no solo reivindica el Estado Nación, sino la Civilización.
Sus ideas políticas llegan justo en el momento de crisis. Y son fundamentalmente tres: Uno, la secularización. Dos, la pérdida de los fundamentos judeocristianos del capitalismo. Y tres, el ataque concreto a ciertas formas de capitalismo (derivads, producto de lo anterior) el libertario neoliberal, y el capitalismo de amiguetes en el que el intervencionismo estatal se alía con los grandes intereses corporativos. Sus efectos, viene a decir, son parecidos a los del capitalismo plutócrata ruso, chino o peronista. Para definir la deriva económica recurre mucho a la expresión “metástasis”. Corrupción, degeneración.
Bannon se manifestó contra los “rescates financieros”, y habló de rediseñar, volviendo al papel tradicional, las labores de la banca y el mundo financiero (que él conoce). Para Bannon, la crisis del 2008, con la redirección fiscal de fondos dede las clases medias a las élites, marca el inicio de la revolución (es la palabra utilizada) populista que él radica inicialmente en el tea Party americano. Habla de traición del GOP y los Demócratas a sus bases. Bannon es abiertamente antiglobalista, pero esto es necesario matizarlo. No es contra la relación global, el comercio, la internacionalización (Bannon alude constantemente, sin nombrarlas, a las alianzas), sino a la centralización de la globalización. A la centralización de las decisiones (Bruselas, Davos, Pekin, Washington…). Es curioso, porque su visión entraña una responsabilidad no solo americana, sino occidental que matiza el pretendido aislacionismo.
Sobre Rusia. En Bannon hay dos estrategias: reconoce el imperialismo de Putin, pero entiende que el “peligro” actual es la islamización radical, el islamismo fascista, dice. Eso convierte a Putin en aliado. A Putin y su tradicionalismo.
Porque éste es el segundo aspecto: gotas de tradicionalismo serían necesarias frente a la secularización que ha socavado dos cosas de occidente: las prácticas capitalistas y la fuerza y vigor para la defensa de sus valores. Por tanto, con Rusia habría una relación de dependencia muy sutil y muy interesante, nada que ver con la caricatura neoMcCarthista de Hillary, sus medios y sus ecos ibéricos.
Hablando de ecos ibéricos. La charca española, que diría Camba, ha estado vendiendo a Trump como un loco fascista y a Bannon como un grotesco supremacista. Las cosas no son exactamente así.
Hablan y hablan del “fact check” (¡qué pudo fallar!), pero al parecer la gente está por el “gut check”.