Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El bullicio por el nuevo gobierno lo devuelve a uno a la infancia, cuando por la radio se oían las mismas loas al manejo de los tiempos por el mando, su habilidad para pastorear a “las familias políticas”, donde la crítica se llamaba “la antipolítica”, otra vez de moda. ¡Vuelve incluso Raimon!
En el Estado de partidos, el jefe de gobierno ejerce los tres poderes, cosa que ya hubiera querido para sí Luis XIV, y decide, oh, manes schmittianos, su sucesión, algo desconocido incluso en la Iglesia. Para que lo entiendan los de letras: el jefe de gobierno en un Estado de partidos es el editor en un culturismo cocotero como el nuestro, “donde las novelas las escriben los editores, las críticas las hacen los escritores, y la distribución, los críticos”.
–Hay veces en que las gallinas vuelan más alto que las águilas –dice un proverbio rumano–, pero las gallinas nunca alcanzarán las nubes.
Montesquieu, que sigue siendo un autor (el único) subversivo en Europa, en España sólo ha dado para un chascarrillo de Alfonso Guerra y para una metáfora de Juan Ignacio Ferreras (no confundir con el marido de Ana Pastor) sobre el totalitarismo cultural: idealmente, en la literatura el autor sería el legislativo, el editor sería el ejecutivo, y el judicial sería el crítico. Pero ocurre que la realidad los confunde, de manera que el legislativo lo desempeña el editor, que, además de decir al autor lo que debe escribir, se reserva el ejecutivo… y el judicial, pues las críticas se despachan en medios de su propiedad o influencia, con lo que desaparece la libertad creativa igual que, en lo otro, desaparece la libertad política.
–Cuando el poder legislativo y el poder ejecutivo están reunidos en la misma persona o en el mismo cuerpo de magistratura, no hay libertad.
Pero esta evidencia sólo se ha entendido en América, a cuyos hijos, sin embargo, no nos cansamos de dar hoy lecciones de democracia, nosotros, que tenemos por Montesquieu a Paco Martínez Soria.