Hughes
Abc
Ha prosperado el estereotipo del votante trumpiano blanco, paleto e ignorante. “Los blancos sin estudios”. Blanco, sin estudios, heterosexual y gordo es casi lo peor que se puede ser en la vida. Se insiste tanto que a veces parece que se está queriendo decir algo más, como si sus votos fueran de menos calidad. Lo dicen con retintín: “Mira, toman crack mientras escuchan música de banjo y planean votar a Trump”. Aquí no he leído a los mismos analistas incidir en la naturaleza rural del voto socialista, por poner un ejemplo. O en el voto interior, rural, inamovible de los nacionalistas. El voto es voto, y ya.
Pero incluso ese perfil puede que tampoco sea del todo preciso. Del votante de Trump se sabe bastante, y también que algo va evolucionando. Por ejemplo, ayer daban un dato sobre el incremento en apoyo femenino. Ya no está tan lejos Hillary. Y en mujeres blancas ganaba Trump.
El votante de Trump cree mayoritariamente que EUU está peor que hace cincuenta años. Es nostálgico. Camille Paglia decía que Trump tenía el “bling” Sinatra. Realmente, los 50 y 60 son una idelogía. La nostalgia por la Edad de Oro (Trump es oro) podría ser un horizonte político. Además, es un votante que cree que la próxima generación estará objetivamente peor; esto es, pesimista. Muy lejos de la idea de progreso, su votante tipo ve la historia como un tobogán y Estados Unidos como una decadencia.
Es inferior al 10% la población que piensa en la diversidad como algo negativo. Va con el país. Sí es cierto que los votantes de Trump tenían, al menos en verano, un porcentaje más acusado de personas inclinadas a desear el especial “escrutinio o vigilancia” de los musulmanes. También eran mayoritarios entre quienes consideraban la inmigración como un problema nacional, y eran menos optimistas sobre los efectos de los tratados comerciales. Eso aumentó mucho en el 2015. Esos rasgos existen, es verdad. Pero el perfil del votante guarda alguna sorpresa. Por ejemplo, Hillary es más fuerte en votantes de rentas bajas. Con una diferencia casi del doble. Esto no se suele destacar como algo negativo, lo que sí sucede con Trump. Este tipo de sesgos son continuos.
Con datos de esta semana: el votante de Trump es mayor en el Medio Oeste y el Sur, varón, blanco, pero no pobre. Tiene más ingresos que el de Hillary, que se impone en los segmentos más bajos. El 60% de los votantes con ingresos menores son clintonianos. Trump tiene más entre los niveles más altos.
Hillary se impone en el voto urbano, casi un 60%; no se alejan mucho en el suburbano, pero Trump se impone en el rural con un 55% del total.
A Trump le votan más los padres y madres, más las mujeres casadas, mientras que las solteras se inclinan por Hillary.
Trump se impone mayoritariamente entre los protestantes, con un 52% (38% Hillary, 10% el resto de candidatos), y Hillary en el mundo de los no religiosos. Un 60% de las personas que no creen en Dios votará a Hillary (como no podía ser de otra manera).
Tampoco hay grandísimas diferencias en la edad.
En cuanto a los estudios. Aquí se asoma otro matiz. Con High School se impone Trump. También en la categoría de “some College”. Clinton en “College degree or more”: 47% ella, 39% Trump, pero tampoco son diferencias tan grandes como las de otros ámbitos. Hillary triunfa 3 contra 1 en doctorados (y esto no sorprende).
El votante de Trump ve más la tele. 35 horas a la semana.
Por tanto: votante blanco, varón, nostálgico, pesimista, probablemente gordo y con el mando a distancia en la barriga, de ingresos medios más altos, del Medio Oeste o del Sur, de entorno rural, con estudios medios, convicciones religiosas, y más probablemente entre los protestantes. A un ser así, ¿le podemos entender del todo? ¿Y juzgarle con nuestra miopía y criterio hispano?
El entorno rural se trata en España de un modo asombroso. Se tiene interiorizado el éxodo, como si fuera una situación de paso, y no se menciona la importancia de lo rural como plano filosófico, y como comunidad. ¿Por qué lo rural no puede ser sujeto político?
Hemos conocido reportajes sobre el incremento en consumo de drogas y el descenso en el nivel de vida de la población blanca. No se me ocurre una razón más legítima para reaccionar políticamente. Uno de los legados de Obama ha sido dejar candente la cuestión racial. Se hace raro escuchar la segmentación racial de los mensajes. Un “logro” de Obama, el Black Lives Matter. Pero sobre ello, en un mundo complejo, sobre la raza, debería haber otras cosas. Los expertos hablan del lugar, del grado de conexión con lo global como aspecto principal.
Serían personas en las que se darían dos circunstancias: una visión distinta, más marcadamente nostálgica de la vida política y social (una visión concreta del pasado); y los efectos, también más marcados de la globalización (un presente intenso).
Es decir, que el votante de Trump no es la raza. Es algo más. Es una manera distinta de entender el pasado, de sufrir el presente (la crisis) y de enfrentarse a un futuro en el que no cree.
Es un hombre blanco y un eje temporal completo.
Juzgar a estas personas con el instrumental español se hace arriesgado. Así puede suceder que los mismos que toleran el nacionalismo en España hablen con asco del posible nacionalismo trumpiano. O que unos votantes no más pobres que los de Hillary, y con estudios medios, hayan sido simplificados desde el principio como “blancos sin estudios”. Rasgo que, por cierto, no se resalta de ningún otro grupo étnico; y en cuya insistencia se demuestra un democratismo entre ligerísimo y sórdido.
A veces, y considerando que Trump es también una reacción a la Prensa y los Medios (“presstitutes”, gritarían los trumpianos), este menosprecio al votante parece una excusa, una disculpa, como si dijeran: “Mantenemos aún nuestra influencia, pero es gente que no lee”. No somos nosotros, son ellos.
El votante de Trump, de todos modos, mañana puede que ya sea otra cosa. No un caso clínico necesitado de explicación, sino un gran movimiento nacional.