Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Nos viene contando Gustavo Bueno que los albigenses constituyeron un movimiento de analfabetos, como los indignados, enfrentados a los señores feudales. Los enfrentamientos, explica, se hacían en nombre del cristianismo primitivo y atacaban el cristianismo organizado: quemaban cruces, imágenes de santos e iglesias y se oponían a las órdenes religiosas en nombre del cristianismo, a la manera como los “indignados” se oponen a los partidos políticos en nombre de la democracia. O sea, que Madrid estaría hoy asediada por una tropilla albigense que ha hecho suya esa psicopatía del autoritarismo hispánico resumida en la frase de galletita china que grita: “¡La calle es mía!” La lógica de los albigenses madrileños para recuperar su lendrera en Sol es que la plaza es del pueblo. Y el pueblo son ellos, claro. Los albigenses de Gustavo Bueno, que llega a comparar a Esteban Hessel, el abuelito francés que en vez de jugar a la petanca hizo un resumen del librillo de Mao (o Mao para más memos todavía), con un Pedro de Bruys, el aquitano, o un Pedro de Valdo, el lyonés. Pero a Hessel en Madrid no lo conoce nadie, ni falta que hace, porque nuestros albigenses son la crema del país de “Sálvame” y que, desocupados gracias al socialismo real de Zapatero, con el rabo espantan moscas...
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