lunes, 8 de agosto de 2011

Descenso del Sella y ascenso de jaqueca

Asturias Citerior
Colunga
Arrancando la motosierra

No llevo 48 horas en Asturias y no sé si duraré otras 48. No debí juntarme con una pandilla noctámbula de mineros comunistas y amantes del rock duro, pero reconozco que ha sido divertido.

Madrugué el sábado para ver cómo era eso del descenso del Sella, que resultó como me habían contado: unos sanfermines acuáticos con piraguas por toros y un ambientazo que ya eclosionaba en el tren a Arriondas, donde hasta las abuelas parecían traer ganas de remar. De la estación al riu se forma un desfile festivalero donde encuentras bandas de gaitas, familias de azul reglamentario, un gordo vestido de enfermera haciendo de gogó sobre una camioneta con los bafles atronando la Danza Kuduro, cabezudos con pinta de troll, peñas de despedida de soltero, la grada de las autoridades con Francisco Álvarez-Cascos en plan Don Pelayo pasando revista a sus huestes y hasta un tipo muy cachondo en albornoz rosa y pijama que portaba una bandera de Asturias, una copa de coñac y un puro. Intentó saludar a Cascos pero los numerosos agentes de la Benemérita allí presentes emplearon razones disuasorias. Estaba también Revilla, con esa cara de extra de Cine de barrio, que pese a perder el poder sonreía a los flashes de mi cámara mejor que el adusto Cascos, montera terciada y guirnalda al pecho, ocupado en no quitar ojo a las danzadoras folclóricas.

Al final de esto hay un río y unos señores llamados piragüistas que están allí para competir en “la mayor prueba del mundo”, en palabras del animoso speaker que locutaba el acontecimiento. Antes de la salida se leen unos versos y se canta -cómo no- el Asturias, patria querida. Entonces un millar de remeros se echan a la vez al agua con su kayak, organizando un lío formidable que, visto desde el puente, recuerda a una naumaquia pintada por Canaletto a pachas con Tarantino. Cuando los piragüistas ya se alejan riu abajo, el agua es invadida por manadas de trasnochadores cocidos que gastan porte de indignados pero que en vez de cortar calles para salvar la democracia se dedican a raptar chavalas para tirarlas al agua, que es un programa mucho más sugestivo.

La noche de autos fue la del sábado. Marta Riesgo, vecina de redacción y ovetense militante -a cuya prima, supongo, no le dejan acercarse a los mercados-, me introdujo en un pintoresco bar que cerraba por vacaciones y quería liquidar las existencias de bebida. Era el antiglamour, las antípodas del rollo Ibiza, y uno, que ama los antros y se aburre en las discos pijas, se sintió como en su salón enseguida. Se podía fumar. Barra libre por 15 pavos. Nada más entrar me pusieron en la mano un chupito de Jägermeister, un brebaje capaz de provocar que te despiertes en Singapur con barba crecida. Las melodías de AC/DC se mezclaban con cánticos a favor de la capitalidad de Oviedo: “¡Gijón es un complejo de inferioridad!”. Acabamos en un prado de Lugones, en cuyas fiestas -del Carbayu, las llaman- tocaba una orquesta que hacía versiones de rock español. Y me perdí. Recuerdo que interpreté algunas canciones. Recuerdo que me fui solo a pie de escenario y le propuse a una morena que se casara conmigo, delante de su novio. Un asturiano diría que fue todo muy jarto. Pero aquí me tienen. No sé cómo.

(La Gaceta)