domingo, 7 de agosto de 2011

De vuelta al calor omeya

Melquíades partiendo queso de Arlanzón

Francisco Javier Gómez Izquierdo

Mientras aplaudía el viernes por la noche a los 7 Infantes de Lara a la puerta de la Iglesia de Castrillo de la Reina enfundado en un jersey, y al ver cómo mi tierno infante se cobijaba bajo manta, turbios presagios asaltaron los últimos ratos de placidez. Aquellos malos pensamientos se han hecho realidad. Los 40 grados de bienvenida en Córdoba devuelven la alegría al niño y las duchas frías a un servidor. Como mal menor, quiero hacer constar que otros años la bofetada de fuego al salir del coche -el aliento de Hades que dicen en un videojuego del chico-, fue mas violenta.

Dejamos la Demanda con la misma salud de siempre. De los cien que viven en mi pueblo, más de diez pasan de los 90 años, y la tía Cirila, a la que no retraté por dejadez, me dice a sus 97 que le duele un poco la espalda porque se cayó el día de San Juan al cargar un saco con patatas.

-Me lo eché al hombro y me venció... ¡Menuda culetada me arreé!
En la Demanda sus gentes no paran de trajinar, pues no parece decente la ociosidad, y los visitantes poco observadores tienen a mis paisanos por tristes, sin pararse a diferenciar lo triste de lo serio. A mis paisanos no puede asaltarles la tristeza porque curan la mejor cecina de vaca, de cabra, e incluso de burro, que se conozca (el tío Chatarra, legionario y cojo al que una banda de música acompañó en su entierro fue el último gran artista en la cecina asnal).

Los serranos burgaleses riegan los huertos como los filósofos griegos, con amor y sin prisas, y tenemos la buena costumbre de sentarnos al menos un día a la semana de los meses de verano e invierno ante un buen lechazo asado en hornos de imposible alcance al más refinado de los príncipes.

Vuelvo al calor omeya con la satisfacción de haber compartido alubias en Ibeas con Salmonetes... en pleno y con buenos hombres hechos y derechos de la Rioja. Esa misma tarde de veguero cubano a la vera de Atapuerca, el buen amigo Melquíades pasó con su furgoneta de vuelta de esquilar en la parte de Valladolid, hacia Arlanzón, que es pueblo a menos de 10 kms de la puerta de Los Claveles, el restaurante donde todo tiene buena pinta. Hasta las camareras.

Al otro día de lo de Ibeas, Melquíades, que casualmente andaba por Burgos, se arrimó a la cuadrilla ante las chuletas y la morcilla de rigor. Allí empezó a hablarnos de las virtudes del queso de Arlanzón y que se ha enamorado de una chica de Lumbier, el pueblo donde vive. Dice que va a venir a Córdoba a contarme infinidad de historias. Por San Pedro le entregaron los episodios de Salmonetes... y no le han parecido mal. Le espero.


El horno ancestral

Lechazo insuperable

Chimenea serrana

Picasso medieval