Por Julio Camba
24 de Julio de 1917
A todos los españoles suele indignarnos mucho el que los catalanes hablen catalán. Hay algo, sin embargo, que nos indigna más todavía, y es el que hablen castellano. Pasamos el acento gallego, pasamos la sintaxis vascongada, lo pasamos todo, pero este dejo especial de los catalanes lo tomamos casi como una ofensa. No concebimos que pueda decirse nada espiritual con acento catalán, nada amable ni nada galante. El catalán, por razón de su acento, está incapacitado para la mayoría de las cosas en cuanto sale de Cataluña. Fracasan sus chistes, sus piropos y hasta sus mismos discursos políticos. Si los viajantes catalanes han vendido en las otras provincias españolas tantos paños de Sabadell y de Tarrasa, no habrá sido, seguramente, por sugestión oratoria. Hay quien le atribuye el éxito a los aranceles. En todo caso, esta benevolencia arancelaria no ha hecho más que equilibrar las cosas. Es como una compensación que el Estado español le debía a Cataluña para que su acento no la colocara en condiciones de desigualdad ante las demás regiones y ante los mismos países extranjeros.
Porque transigimos con el acento inglés y con el acento francés, y hasta con el acento prusiano, antes que transigir con el acento catalán. Y lo terrible es que el catalán no logra nunca abandonar su acento. El acento es más fuerte que el hombre. Hay catalán que a los treinta años de vivir en Castilla se expresa con un acento tan duro que se podría patinar sobre él, como decía un escritor irlandés del acento alemán con que hablaba cierta Reina inglesa. A veces el acento catalán, de tan pronunciado que es, llega, por sí solo, a constituir casi un idioma. La categoría de acento resulta demasiado pequeña para clasificarlo, y hay que ponerlo en una categoría superior...
No. No pueden prescindir del acento los catalanes. Su acento es algo así como su destino. Hay una historia por escribir, en la cual se contarían por millones los catalanes que han hecho esfuerzos heroicos para abandonar su acento regional y que han sucumbido ante la magnitud de semejante empresa. Y, si el acento catalán le produce a estos hombres tantos disgustos, ¿qué de particular tiene el que los catalanes renuncien a hablar castellano y se pongan a hablar catalán?
El catalán, como idioma, no estaría tan desarrollado si los castellanos hubieran tenido alguna tolerancia con el acento de los catalanes. No la han tenido, y los catalanes hablarán más catalán de día en día. Es más: si el catalán, como el andaluz, sólo fuese un acento, si no hubiese un vocabulario catalán y una sintaxis catalana, los catalanes tendrían que inventarlos. De otro modo, su vida sería muy triste, porque el acento catalán les incapacitaría para hablar de toros, para ir de juerga, para decir chistes y para otras cosas que les gustan mucho.
A todos los españoles suele indignarnos mucho el que los catalanes hablen catalán. Hay algo, sin embargo, que nos indigna más todavía, y es el que hablen castellano. Pasamos el acento gallego, pasamos la sintaxis vascongada, lo pasamos todo, pero este dejo especial de los catalanes lo tomamos casi como una ofensa. No concebimos que pueda decirse nada espiritual con acento catalán, nada amable ni nada galante. El catalán, por razón de su acento, está incapacitado para la mayoría de las cosas en cuanto sale de Cataluña. Fracasan sus chistes, sus piropos y hasta sus mismos discursos políticos. Si los viajantes catalanes han vendido en las otras provincias españolas tantos paños de Sabadell y de Tarrasa, no habrá sido, seguramente, por sugestión oratoria. Hay quien le atribuye el éxito a los aranceles. En todo caso, esta benevolencia arancelaria no ha hecho más que equilibrar las cosas. Es como una compensación que el Estado español le debía a Cataluña para que su acento no la colocara en condiciones de desigualdad ante las demás regiones y ante los mismos países extranjeros.
Porque transigimos con el acento inglés y con el acento francés, y hasta con el acento prusiano, antes que transigir con el acento catalán. Y lo terrible es que el catalán no logra nunca abandonar su acento. El acento es más fuerte que el hombre. Hay catalán que a los treinta años de vivir en Castilla se expresa con un acento tan duro que se podría patinar sobre él, como decía un escritor irlandés del acento alemán con que hablaba cierta Reina inglesa. A veces el acento catalán, de tan pronunciado que es, llega, por sí solo, a constituir casi un idioma. La categoría de acento resulta demasiado pequeña para clasificarlo, y hay que ponerlo en una categoría superior...
No. No pueden prescindir del acento los catalanes. Su acento es algo así como su destino. Hay una historia por escribir, en la cual se contarían por millones los catalanes que han hecho esfuerzos heroicos para abandonar su acento regional y que han sucumbido ante la magnitud de semejante empresa. Y, si el acento catalán le produce a estos hombres tantos disgustos, ¿qué de particular tiene el que los catalanes renuncien a hablar castellano y se pongan a hablar catalán?
El catalán, como idioma, no estaría tan desarrollado si los castellanos hubieran tenido alguna tolerancia con el acento de los catalanes. No la han tenido, y los catalanes hablarán más catalán de día en día. Es más: si el catalán, como el andaluz, sólo fuese un acento, si no hubiese un vocabulario catalán y una sintaxis catalana, los catalanes tendrían que inventarlos. De otro modo, su vida sería muy triste, porque el acento catalán les incapacitaría para hablar de toros, para ir de juerga, para decir chistes y para otras cosas que les gustan mucho.
(Del libro Maneras de ser español, de Luca de Tena Ediciones)