José Ramón Márquez
La cogida es un accidente. Es lo indeseable, pero la presencia de ese odioso accidente es lo que hace que la Fiesta no sea un espectáculo de ballet, de circo o de variedades. Joseph Delgado ‘Hillo’ escribe –o dicta- su libro para dar las normas que precisan aquellos que se inician en el arte taurómaco para evitar la posibilidad de la cogida. Sin falsos misticismos, puesto que lo que nos gusta sobre todo es el toreo, podemos decir que la sangre derramada por los matadores les hace mejores toreros, puesto que les obliga a superarse, a conocerse a sí mismos con más profundidad. Ayer la sangre de un gran torero se derramó en la Plaza de Pamplona, mientras las ‘alegres’ peñas despachaban esos festines que acostumbran. Ayer un torero volvió a pagar el viejo tributo de la sangre y por ello es éste un buen momento para hacer notar que un gran torero se debe medir especialmente por los riesgos que asume en cuanto a los sitios donde se anuncia, a los toreros que le acompañan en la terna y al aspecto de los toros a los que se enfrenta. La seriedad de la espeluznante cabeza del toro que ayer cogió a El Cid, ante la cual sería fácil afligirse, no la habrán tenido enfrente jamás algunos toreros de renombre que se enseñorean de los carteles. En eso estriba ser grande. Por eso le seguimos.