AGOSTO
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La decadencia de la civilidad nos ha traído un agosto madrileño inhabitable. El mandrilismo, en todas sus versiones, se ha impuesto en la ciudad, cuya cultura municipal se reduce a animar a los pobres a ir en bicicleta porque eso es muy bueno para el planeta. La desaparición del matrimonio institucional ha supuesto la desaparición del Rodríguez, que humanizaba el verano madrileño con su vanidad erótica y su locura económica. ¿Qué mandril de los que toman tinto de verano en una terraza tamborileando con los dedos de los pies sudados de chanclas adquiridas en los chinos se gasta cincuenta euros en un benjamín sólo por mantener la conversación de una mujer alegre en una barra americana? Sí, ya sabemos que la barra era española, que la mujer era triste, que los cincuenta euros eran cinco mil pesetas y que Rodríguez no era soltero, que tenía una parienta haciendo tortillas francesas para los chiquillos en un apartamento en el Grao de Gandía... Mas lo que contaba era la intención, y un Rodríguez de los de Pajares y Esteso sería un David Niven cortejando a Germaine Lefebvre, Capucine, al lado de estos votantes de Tomás Gómez que andan por la calle en chancleta y calzón corto, porque a ellos a demócratas no los gana nadie, tirando de una compañera que hace Pilates para que en el barrio no la tomen por una tómbola de carne, que es una cosa que tampoco se esperaban cuando se casaron en el juzgado municipal donde les leyeron con música de responso un soneto larguísimo de Sabina...
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