Por Zoé Valdés
Publicado en Marzo de 2006
Mis mejores amigos son homosexuales. Mi hermano y mi hermana lo son.
Sin embargo, no tendría que empezar este artículo aclarando mi posición sin criticar ciertas posturas frívolas, no posiciones ideológicas de los homosexuales, que no fuera considerado en la actualidad políticamente incorrecto.
En las vacaciones del verano pasado, me topé con varios muchachos con camisetas que lucían la famosa imagen del Che, del fotógrafo cubano Korda, aunque se dice que los derechos de autor los cobra la dictadura castrista desde hace mucho rato. Me acerqué a los jóvenes y pude percatarme de que a juzgar por sus conversaciones, por el modo de moverse, en sus almas vibraba La Bayamesa, que es una de las tantas formas poéticas que tenemos los cubanos para describir los amaneramientos femeninos en los hombres.
Vivo en El Marais, bohemio barrio parisino en cuyas casas se ha instalado una buena parte de la comunidad homosexual, masculina en su mayoría, con su éxito de boutiques dedicadas al género. Intelectuales burgueses, negociantes judíos, libreros y comerciantes culinarios se asustan ante la invasión de tiendas chinas al por mayor, de traiteurs asiáticos y del mundo nocturno homosexual. Amo mi barrio con su mestizaje y su amalgama de géneros, pero no puedo pasar por alto que en las vidrieras de ropa para mariposas (otro apodo poético para las locas) se exhiben con demasiada frecuencia las camisetas con la imagen del Che. El Che en todos los colores y a precios exorbitantes.
A principios de año organicé una exposición de dibujos eróticos de mi amigo, el pintor cubano Ramón Unzueta, en una de mis librerías preferidas: Les Mots à la Bouche. Meses más tarde firmaba ejemplares de mi novela Lobas de mar traducida al francés en el mismo espacio.
Le he tomado mucho cariño al librero, Walter Alluch. Es un hombre alto, atento, servicial y siempre que me aconseja un libro da en el blanco. Fue el caso de La mauvaise vie de Fréderic Mitterrand, alguien a quien admiro desde que hacía aquellos magníficos programas de cine en la televisión francesa. La novela autobiográfica de Fréderic Mitterrand es una joya literaria y humana, y como me ha entrevistado en varias ocasiones hemos podido conversar sobre Cuba.
Su punto de vista es muy claro en relación a la dictadura. Me fascina quedarme arrebujada en un rincón de la librería o bajar y descubrir las películas y los álbumes eróticos. Vaya sorpresa que me llevé cuando al puntear con el dedo los lomos de los DVD encontré una película porno, filmada en Cuba, y en cuya portada sonreía un joven cubano, en cuero de la cintura hacia abajo, mostrando sus partes más íntimas -y ¡qué partes!- y cubierto el pecho, no podía ser de otra manera, con una camiseta roja con la figura del guerrillero, delineado en negro. Me dije: "Ahí está, el hombre nuevo".
Hoy me he vuelto a tropezar con una loquita asiática, mano partida a la cintura, remeneo de caderas y tumbe lánguido de párpados; desde luego, camiseta chea, que en Cuba quiere decir, ridícula. No me pude contener. Le pregunté si sabía quién era el Che. Sonrió tímidamente, "no me contestó".
Al llegar a casa llamé a un amigo homosexual. Me comenta que toda esta "euforia mari..cona" (palabras suyas, él es cubano) con el Che se desprende de la película de Walter Salles. En el mes de mayo de 2004 se acababa de estrenar en el Festival de Cannes la cinta Diarios de motocicleta, cuyo tema es el viaje y descubrimiento personal del continente latinoamericano por dos jóvenes argentinos montados en una vieja motocicleta, Ernesto Guevara, de 23 años, estudiante de Medicina, y Alberto Granado, de 29 años, bioquímico. Mi amigo me explica que un número importante de homosexuales interpretaron que el Che era loca -no de carroza, de motocicleta- porque lo interpretaba Gael García Bernal, quien al mismo tiempo estrenaba personaje de loca en la película de Pedro Almodóvar La mala educación.
El azar concurrente lezamiano resulta delicioso. Con lo que odiaba el argentino a los homosexuales, con lo que los persiguió en Cuba, y ahora resulta que ha pasado de ser el héroe de mayo del 68 a mártir del Orgullo Gay. Curioso. El personaje más homofóbico que ha parido la Historia de las revoluciones es adorado por ese público de consumidores de fanatismos de izquierdas. Lamentable.
Voy a poner un ejemplo publicado en el diario El Nuevo Herald digital el 28 de diciembre de 1997: Cómo asesinaba el Che. Su autor es Pierre San Martin:
"Eran los últimos días del año 1959; en aquella celda oscura y fría 16 presos dormían en el suelo y los otros 16 restantes estábamos parados para que ellos pudieran acostarse, pero nadie pensaba en esto, nuestro único pensamiento era que estábamos vivos y eso era lo importante; vivíamos hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo sin saber que depararía el siguiente.
Fue como una hora antes del cambio de turno cuando el crujiente sonido de la puerta de hierro se abrió, al mismo tiempo que lanzaban a una persona más al ya aglomerado calabozo. De momento, con la oscuridad, no pudimos percatarnos que apenas era un muchachito de 12 ó 14 años a lo sumo, nuestro nuevo compañero de encierro.
"¿Y tú que hiciste?, preguntamos casi al unísono".
Con la cara ensangrentada y amoratada nos miró fijamente, respondiendo: "Por defender a mi padre para que no lo mataran, no pude evitarlo, lo asesinaron los muy beep."
Todos nos miramos como tal vez buscando la respuesta de consuelo para el muchacho, pero no la teníamos. Eran demasiados nuestros propios problemas. Habían pasado dos o tres días en que no se fusilaba y cada día teníamos más esperanzas en que todo aquello acabara.
Los fusilamientos son inmisericordes, te quitan la vida cuando más necesitas de ella para ti y para los tuyos, sin contar con tus protestas o anhelos de vida.
Nuestra alegría no duró mucho más cuando la puerta se abrió. Llamaron a 10, entre ellos al muchacho que había llegado último; nos habíamos equivocado, pues a los que llamaban nunca más los volvíamos a ver.
¿Cómo era posible quitarle la vida a un niño de esta forma; sería que estábamos equivocados y nos iban a soltar? Cerca del paredón donde se fusilaba, con las manos en la cintura, caminaba de un lado al otro el abominable Che Guevara.
Dio la orden de traer al muchacho primero y lo mandó a arrodillarse delante del paredón. Todos gritamos que no hiciera ese crimen, y nos ofrecimos en su lugar.
El muchacho desobedeció la orden, con una valentía sin nombre le respondió al infame personaje: "Si me has de matar, tendrás que hacerlo como se mata a los hombres, de pie, y no como a los cobardes, de rodillas".
Caminando por detrás del muchacho, le respondió el Che: "Veo que vos sos un pibe valiente"...
Desenfundando su pistola le dio un tiro en la nuca que casi le cercenó el cuello.
Todos gritamos: asesinos, cobardes, miserables y tantas otras cosas más.
Se volteó hacia las ventanas de donde salían los gritos y vació el peine de la pistola. No sé cuántos mató o hirió. De esta horrible pesadilla, de la cual nunca logramos despertar, pudimos darnos cuenta después, en la clínica del estudiante del hospital Calixto García, adonde nos habían llevado heridos. Por cuánto tiempo, no lo sabríamos, pero una cosa sí estaba clara: nuestra única baraja era la de escapar, única esperanza de superviviencia".
Cito en toda su integridad el testimonio con la esperanza de que la comunidad homosexual, con quien me identifico y de quien soy solidaria, entienda que llevar la imagen del Che como moda, constituye un insulto para muchas de sus víctimas, entre las que se encontraron grandes escritores homosexuales cubanos: Virgilio Piñeira y Reinaldo Arenas. Sin contar los niños que han crecido traumatizados con el famoso lema como tarea vital: "Seremos como el Che". O sea guerrilleros y terroristas.
Sin embargo, no tendría que empezar este artículo aclarando mi posición sin criticar ciertas posturas frívolas, no posiciones ideológicas de los homosexuales, que no fuera considerado en la actualidad políticamente incorrecto.
En las vacaciones del verano pasado, me topé con varios muchachos con camisetas que lucían la famosa imagen del Che, del fotógrafo cubano Korda, aunque se dice que los derechos de autor los cobra la dictadura castrista desde hace mucho rato. Me acerqué a los jóvenes y pude percatarme de que a juzgar por sus conversaciones, por el modo de moverse, en sus almas vibraba La Bayamesa, que es una de las tantas formas poéticas que tenemos los cubanos para describir los amaneramientos femeninos en los hombres.
Vivo en El Marais, bohemio barrio parisino en cuyas casas se ha instalado una buena parte de la comunidad homosexual, masculina en su mayoría, con su éxito de boutiques dedicadas al género. Intelectuales burgueses, negociantes judíos, libreros y comerciantes culinarios se asustan ante la invasión de tiendas chinas al por mayor, de traiteurs asiáticos y del mundo nocturno homosexual. Amo mi barrio con su mestizaje y su amalgama de géneros, pero no puedo pasar por alto que en las vidrieras de ropa para mariposas (otro apodo poético para las locas) se exhiben con demasiada frecuencia las camisetas con la imagen del Che. El Che en todos los colores y a precios exorbitantes.
A principios de año organicé una exposición de dibujos eróticos de mi amigo, el pintor cubano Ramón Unzueta, en una de mis librerías preferidas: Les Mots à la Bouche. Meses más tarde firmaba ejemplares de mi novela Lobas de mar traducida al francés en el mismo espacio.
Le he tomado mucho cariño al librero, Walter Alluch. Es un hombre alto, atento, servicial y siempre que me aconseja un libro da en el blanco. Fue el caso de La mauvaise vie de Fréderic Mitterrand, alguien a quien admiro desde que hacía aquellos magníficos programas de cine en la televisión francesa. La novela autobiográfica de Fréderic Mitterrand es una joya literaria y humana, y como me ha entrevistado en varias ocasiones hemos podido conversar sobre Cuba.
Su punto de vista es muy claro en relación a la dictadura. Me fascina quedarme arrebujada en un rincón de la librería o bajar y descubrir las películas y los álbumes eróticos. Vaya sorpresa que me llevé cuando al puntear con el dedo los lomos de los DVD encontré una película porno, filmada en Cuba, y en cuya portada sonreía un joven cubano, en cuero de la cintura hacia abajo, mostrando sus partes más íntimas -y ¡qué partes!- y cubierto el pecho, no podía ser de otra manera, con una camiseta roja con la figura del guerrillero, delineado en negro. Me dije: "Ahí está, el hombre nuevo".
Hoy me he vuelto a tropezar con una loquita asiática, mano partida a la cintura, remeneo de caderas y tumbe lánguido de párpados; desde luego, camiseta chea, que en Cuba quiere decir, ridícula. No me pude contener. Le pregunté si sabía quién era el Che. Sonrió tímidamente, "no me contestó".
Al llegar a casa llamé a un amigo homosexual. Me comenta que toda esta "euforia mari..cona" (palabras suyas, él es cubano) con el Che se desprende de la película de Walter Salles. En el mes de mayo de 2004 se acababa de estrenar en el Festival de Cannes la cinta Diarios de motocicleta, cuyo tema es el viaje y descubrimiento personal del continente latinoamericano por dos jóvenes argentinos montados en una vieja motocicleta, Ernesto Guevara, de 23 años, estudiante de Medicina, y Alberto Granado, de 29 años, bioquímico. Mi amigo me explica que un número importante de homosexuales interpretaron que el Che era loca -no de carroza, de motocicleta- porque lo interpretaba Gael García Bernal, quien al mismo tiempo estrenaba personaje de loca en la película de Pedro Almodóvar La mala educación.
El azar concurrente lezamiano resulta delicioso. Con lo que odiaba el argentino a los homosexuales, con lo que los persiguió en Cuba, y ahora resulta que ha pasado de ser el héroe de mayo del 68 a mártir del Orgullo Gay. Curioso. El personaje más homofóbico que ha parido la Historia de las revoluciones es adorado por ese público de consumidores de fanatismos de izquierdas. Lamentable.
Voy a poner un ejemplo publicado en el diario El Nuevo Herald digital el 28 de diciembre de 1997: Cómo asesinaba el Che. Su autor es Pierre San Martin:
"Eran los últimos días del año 1959; en aquella celda oscura y fría 16 presos dormían en el suelo y los otros 16 restantes estábamos parados para que ellos pudieran acostarse, pero nadie pensaba en esto, nuestro único pensamiento era que estábamos vivos y eso era lo importante; vivíamos hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo sin saber que depararía el siguiente.
Fue como una hora antes del cambio de turno cuando el crujiente sonido de la puerta de hierro se abrió, al mismo tiempo que lanzaban a una persona más al ya aglomerado calabozo. De momento, con la oscuridad, no pudimos percatarnos que apenas era un muchachito de 12 ó 14 años a lo sumo, nuestro nuevo compañero de encierro.
"¿Y tú que hiciste?, preguntamos casi al unísono".
Con la cara ensangrentada y amoratada nos miró fijamente, respondiendo: "Por defender a mi padre para que no lo mataran, no pude evitarlo, lo asesinaron los muy beep."
Todos nos miramos como tal vez buscando la respuesta de consuelo para el muchacho, pero no la teníamos. Eran demasiados nuestros propios problemas. Habían pasado dos o tres días en que no se fusilaba y cada día teníamos más esperanzas en que todo aquello acabara.
Los fusilamientos son inmisericordes, te quitan la vida cuando más necesitas de ella para ti y para los tuyos, sin contar con tus protestas o anhelos de vida.
Nuestra alegría no duró mucho más cuando la puerta se abrió. Llamaron a 10, entre ellos al muchacho que había llegado último; nos habíamos equivocado, pues a los que llamaban nunca más los volvíamos a ver.
¿Cómo era posible quitarle la vida a un niño de esta forma; sería que estábamos equivocados y nos iban a soltar? Cerca del paredón donde se fusilaba, con las manos en la cintura, caminaba de un lado al otro el abominable Che Guevara.
Dio la orden de traer al muchacho primero y lo mandó a arrodillarse delante del paredón. Todos gritamos que no hiciera ese crimen, y nos ofrecimos en su lugar.
El muchacho desobedeció la orden, con una valentía sin nombre le respondió al infame personaje: "Si me has de matar, tendrás que hacerlo como se mata a los hombres, de pie, y no como a los cobardes, de rodillas".
Caminando por detrás del muchacho, le respondió el Che: "Veo que vos sos un pibe valiente"...
Desenfundando su pistola le dio un tiro en la nuca que casi le cercenó el cuello.
Todos gritamos: asesinos, cobardes, miserables y tantas otras cosas más.
Se volteó hacia las ventanas de donde salían los gritos y vació el peine de la pistola. No sé cuántos mató o hirió. De esta horrible pesadilla, de la cual nunca logramos despertar, pudimos darnos cuenta después, en la clínica del estudiante del hospital Calixto García, adonde nos habían llevado heridos. Por cuánto tiempo, no lo sabríamos, pero una cosa sí estaba clara: nuestra única baraja era la de escapar, única esperanza de superviviencia".
Cito en toda su integridad el testimonio con la esperanza de que la comunidad homosexual, con quien me identifico y de quien soy solidaria, entienda que llevar la imagen del Che como moda, constituye un insulto para muchas de sus víctimas, entre las que se encontraron grandes escritores homosexuales cubanos: Virgilio Piñeira y Reinaldo Arenas. Sin contar los niños que han crecido traumatizados con el famoso lema como tarea vital: "Seremos como el Che". O sea guerrilleros y terroristas.