sábado, 21 de diciembre de 2024

Franco



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Don Senén, el rector de Santiago, ha resuelto retirarle a Franco, muerto hace la friolera de treinta y un años, el título de doctor “honoris causa”. ¿Para qué? No estamos hablando de una Universidad cualquiera: un gallego con tan buena colocación en la capital de España como Pepiño Blanco no consiguió pasar de primero de Derecho en sus aulas. La exigencia, pues, debe de ser máxima y, después de muchas vueltas, don Senén ha concluido que Franco no era, por ejemplo, todo un Ramonet, y que carecía, por tanto, de cualquier excelencia. ¿Su Excelencia sin excelencia?


No queremos pensar cómo hubiera protestado Franco, a quien, según Pemán, se le daba muy bien el tono quejumbroso, tan parecido al contexto de la “Salve Regina” –con su “abogada nuestra”, su “clemente”, su “piadosa”–, obra al fin y al cabo de Pedro Mezonzo, paisano de Franco y de don Senén, y modelo de “quejica céltico”.


El de don Senén, desde luego, no parece un carácter frívolo. Es técnico electrónico y toda su vida oficial en la nación sueva la desempeña en gallego, lengua muy buena, según Camba, para hacer versos, comprar pescado y hablarles a las gallinas, a los pájaros y a los aldeanos. Si, animado por los republicanotes del lugar, dice que en Franco no había excelencia alguna –ni siquiera la reconocida por la República, como fue la pacificación de Asturias tras el golpe de Estado de la izquierda contra la legalidad democrática–, sus razones tendrá don Senén. También el franquismo retiró a Pemán de la dirección de la Academia por una falta política. (Si hubiera sido una falta ortográfica, como socarronamente aclaró Sainz Rodríguez, lo hubieran destituido del Consejo Nacional.) Es decir, que don Senén, con su españolaza política de venganzas pequeñitas, no es un innovador. Pero en don Senén el electrónico y el ideólogo se han juntado en una ración de frito variado para echárselas de objetivo: a su entender, y él es el técnico, Franco no reunía “méritos científicos ni personales”.


¡Lo objetivo: esa palabra que odio tanto! –exclamaría Unamuno.


Unamuno, lo mismo que don Senén, fue rector, pero más bragado. Se lío a libelos contra el Rey como Victor Hugo contra Napoleón III sólo porque, después de un encuentro con el Monarca en septiembre de 1915, en que el Jefe del Estado lo invitó a que fuera a verlo para hablar, no obtuvo respuesta a una solicitud de audiencia que hizo en noviembre del mismo año. Desde el punto de vista literario, esta campaña –en vivo y por delante– pasa por ser su mejor obra. A ver si don Senén, en los ratos que le deje la reparación de honores y televisores, se echa la pluma a la cara y carga contra el muerto que a tantos vivos molesta.